Para explicar nuestra relación con los demás y con la naturaleza, el célebre monje budista Thich Nhat Hanh habla de la ‘huella kármica’.
En el monasterio que fundó en el sur Francia, país en el que se refugió a raíz de su oposición a la guerra de Vietnam, Thich Nhat Hanh enseñaba, a monjes y visitantes de distintos orígenes y contextos, que en todo momento somos parte del futuro de la Tierra, y que las acciones que realizamos en el presente contribuyen a la salud y la vitalidad de la naturaleza durante centenios por venir.
Esa idea se basa en la Ley del Karma. Según explica el monje, el budismo zen no cree que el universo se rija por la casualidad, sino que existe una fuerza dinámica que lo determina. A ella se le llama karma, que significa acción, y es por causa de ella que el presente y el destino del planeta no dependen del azar ni de la voluntad divina, sino de nosotros y de nuestras acciones.
En su libro Zen y el arte de salvar el planeta, Thich Nhat Hanh explica que el budismo zen entiende por acción algo ligeramente distinto a lo que cree el mundo occidental. Le atribuyen tres dimensiones: pensar, hablar y actuar. Los pensamientos son energía, son acción y tienen la capacidad de transformar nuestro mundo interior y de impactar la naturaleza y las personas que nos rodean, ya sea de manera positiva o de manera negativa. Las palabras y las acciones tienen esa misma capacidad, ambas son energías que potencian o destruyen nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestro entorno. Por ello, la Nobel norteamericana Toni Morrison, escribió esta famosa frase: “Morimos. Ese puede ser el sentido de la vida. Pero hacemos lenguaje. Esa puede ser la medida de nuestras vidas”.
Para el budismo zen esa “medida de nuestras vidas” de la que habla Morrison son las tres dimensiones de la acción (pensar, hablar y actuar), y es fundamental que haya una coherencia entre las tres porque son energía que se irradia al mundo. Dicho de otro modo, no vale pensar una cosa y decir o hacer lo contrario, creyendo que los pensamientos son privados.
Es más, la filosofía oriental habla de una coherencia aún más profunda, pues afirma que el carácter de nuestras acciones depende de nuestra calidad humana. He ahí la importancia de cultivarla, como también invitan a hacerlo todas las religiones. Thich Nhat Hanh les proponía a hombres y a mujeres de cualquier rincón del mundo trabajar su mente y su cuerpo, ejercitar la compasión, la tolerancia y la bondad hasta convertirlos en hábitos, y, por tanto, en parte esencial de su carácter. Ese trabajo espiritual idealmente debía ir acompañado de un análisis de la realidad política, social y ambiental del mundo.
Convertirse en guardián de la Tierra requiere de tiempo y práctica. Por fortuna, la Ley del Karma da la oportunidad de enmendar pensamientos, palabras y acciones del pasado. La clave para conseguir esto es generar y compartir una energía opuesta a la que se había irradiado: “Si produjiste un pensamiento de odio o de rabia y te das cuenta de que no es el legado que quisieras dejar, conscientemente generas un pensamiento de amabilidad, comprensión y compasión,” dice Thich Nhat Hanh. La enseñanza detrás de esta idea es que las acciones que nacen del odio, de la envidia o de la rabia, pueden llegar a corregirse con otras inspiradas en la empatía y la compasión.
Para el monje de Vietnam, desde hace mucho tiempo las personas han vivido de tal manera que han ido destruyendo su entorno, tanto que, científicos alrededor del mundo, hablan de una sexta extinción masiva causada por la humanidad y la violencia, lo que se refleja en las guerras que siguen causando miles de muertos y desplazados.
A través de sus enseñanzas y de su vida ejemplar, Thich Nhat Hanh nos propone a todos profundizar nuestra humanidad, cada uno a su manera, y convertirnos en guardianes de la Tierra, antes de que el planeta llegue al punto de no retorno.
CRISTINA ESGUERRA MIRANDA