Con el llamado a una consulta popular el presidente Petro vuelve a apostar por el pueblo para inclinar la arena política a su favor. La diferencia con los llamados anteriores es que ahora lo más importante para Petro no son tanto las reformas sociales como las elecciones de 2026 al Congreso y a la Presidencia. La convocatoria al pueblo es para asegurar un futuro político.
De nuevo, el pueblo no parece ser suficiente. No pareciera que si el Congreso apruebe una eventual consulta popular el Gobierno tendría los votos suficientes para superar el umbral de su aprobación. Es complicado. Ni Uribe en su mejor momento, con niveles de popularidad superiores al 70 %, pudo superar el umbral. Algunos analistas llaman, en consecuencia, a no dejarse amedrentar por Petro. Simplemente hay que esperar que los trámites sigan su curso y el Gobierno se termine de desprestigiar por sus pobres resultados. Las elecciones de 2026 pondrán a Petro y al progresismo en su sitio.
Esta postura es demasiado ligera, subestima a Petro como animal político, el daño que va a causar el deterioro de la gestión pública y la indignación de la sociedad colombiana con su clase política. No cae en cuenta de que la disputa ahora se centra en la fabricación de la culpa. La verdad ya es lo de menos, la clave es construir una narrativa de la realidad que atribuya a la oposición la responsabilidad del malestar de los colombianos con su situación material.
Agudizar las crisis y cargar las responsabilidades al establecimiento será la estrategia de campaña para el 2026.
No importa, en ese orden de ideas, que las decisiones de gestión del Gobierno lleven a la agudización de la crisis en la salud, la educación superior, el abastecimiento energético, la seguridad, etc. Por el contrario, que las cosas salgan mal es la demostración de la responsabilidad del establecimiento, que no deja hacer las reformas necesarias, que no renuncia a la codicia con los recursos públicos y que concentra la riqueza de Colombia.
Sería muy especulativo sugerir que Petro deliberadamente quiera que el país entre en una crisis que obligue a decisiones políticas extraordinarias: una constituyente, una suspensión de las elecciones, una ruptura con el sistema de pesos y contrapesos o el derrocamiento del Presidente. Pero es evidente que su sicología es compleja, ya ha hablado de su fascinación con el apocalipsis, y que, en vez de moderar las situaciones que llevan a las diferentes crisis sectoriales, pareciera querer precipitar lo inevitable.
De otra manera no se entiende el cambio en el Ministerio de Hacienda. De acuerdo con la mayoría de las versiones de prensa, Petro despidió a Diego Guevara porque se opuso a las órdenes de no hacer más recortes en el presupuesto. Sin estos recortes, el Estado colombiano rompe los equilibrios de la regla fiscal, con todas sus consecuencias en los mercados de deuda pública, tasas de inversión y estabilidad macroeconómica. La señal de Petro con el nombramiento de Germán Ávila es que no piensa hacer los recortes necesarios. Una búsqueda a vuelo de pájaro en Google es suficiente para darse cuenta de que Ávila no tiene el más mínimo conocimiento ni experiencia técnica para manejar las finanzas del país. Su papel va a ser el de firmante de las órdenes presupuestales de Petro. Los mercados ya presienten el riesgo. Otro sector de gobierno que entra en crisis.
No importa, será más combustible para atizar el debate que conducirá a las elecciones de 2026. Las redes sociales están allí para incendiar las campañas. Entre más incierto el escenario, mayores posibilidades para que las preferencias de los votantes respondan a sus entrañas ideológicas y no a situaciones objetivas. Muchos de los convencidos de que el país le cobrará a Petro el deterioro de varios sectores de gobierno olvidan que el país no pareciera apostar por un paso atrás, a volver al gobierno de los políticos del establecimiento.