Parece un poema, pero no lo es. Durante períodos de olas de calor y sequía como los que se han registrado en Europa en este verano, han aparecido en Alemania y República Checa unos mensajes grabados con cincel sobre grandes rocas a la orilla del río Elba –conocidas como “las piedras del hambre”–, documentando la sequía extrema de otros tiempos. “Si me ves, llora”, dice en alemán uno de ellos, con el año 1616 al lado. Otras inscripciones anotan simplemente la fecha, como una medida para indicar cuando la piedra estuvo al descubierto.
Son más de una docena de mensajes escritos al bajar los niveles del agua, y se han convertido en puntos de interés turístico, pero también en la evidencia de que los cambios del clima han sido motivo de preocupación desde épocas antiguas. La falta de agua ha sido siempre una amenaza para la humanidad y en tiempos pasados significaban malas cosechas y, por lo tanto, hambre.
Es un hecho que la naturaleza tiene ciclos, que desde tiempos remotos se han presentado sequías, como estas piedras lo indican. Pero los estragos ambientales que hemos visto en los últimos años en distintos puntos del planeta no son resultado de los ciclos meteorológicos sino del calentamiento global, según diversos estudios. Hace unos años oíamos hablar del impacto del cambio climático en la humanidad como algo que fuera a suceder en muchos años. Leíamos informes sobre los desastres que se podrían producir, pero los imaginábamos distantes. El futuro llegó más rápido de lo que esperábamos. Las imágenes en los medios registrando altas temperaturas, incendios forestales, inundaciones o deshielo en los glaciares son pan de cada día. Si estamos viendo todo eso ahora, ¿qué podrá venir después?
La temperatura media en el mundo ha aumentado 1,1 grados centígrados desde la era preindustrial, de acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial. El desplazamiento de personas por razones ambientales ha crecido significativamente en los últimos años. Quizás todas esas noticias nos hayan ayudado a ser más conscientes y a entender que depende de nosotros tener un futuro sostenible. La pasividad es el peor camino ante este desafío que no da espera y por eso debe darse un esfuerzo coordinado entre todos los países para formular políticas más efectivas y ambiciosas.
No necesitamos de mensajes de antepasados para saber el riesgo que corre el planeta. Oímos las alarmas. Sentimos cómo llora la tierra y sabemos que es hora de actuar con voluntad.
DIANA PARDO