Desde hace rato vengo peleado con el mundo digital. Me entristece el mal uso que les hemos dado a las bondades que ofrece si fuese utilizado con inteligencia. Me enfurece el daño que las redes sociales y los algoritmos caprichosos nos están haciendo, tanto a niños como a adultos. Me sorprende la desidia con la que los dueños de las empresas tecnológicas abordan los problemas que están causando. Me indigna la pasividad y cobardía de los gobiernos para intervenir.
Todo lo anterior ha desembocado en un aburrimiento digital. Lo que antes me apasionaba hoy lo veo con desconfianza. El ver a niños recurriendo a Chat GPT para hacer sus ensayos, me supera. Adiós al valioso proceso mental bajo el cual los estudiantes se cuestionaban acerca de una tarea, trazaban un mapa mental, investigaban y plasmaban sobre el papel, con un esfero, su respuesta. Hoy, en menos de un segundo, pueden hacer su tarea. El resto del tiempo lo dedican a ver videos majaderos en TikTok o en los Shorts de YouTube.
Quizás esté frente a la intolerancia característica de los que ya estamos ‘ad portas’ de volvernos viejos, una intolerancia desbordada de pesimismo. Quizás tanta cosa nueva me va abrumando, ya que mi cerebro es incapaz de procesar la velocidad con la que entran nuevos jugadores digitales a nuestro universo. Quizás ya no creo en las bondades de las que hablan los CEO de Silicon Valley de un mundo mejor.
Estas son algunas de las reflexiones que me he venido haciendo en los últimos meses. He llegado a contemplar seriamente el dejar por un tiempo el mundo digital. De hecho, el otro día casi tuve el impulso de agarrar mi celular y tirarlo a la caneca, para dar un grito emancipador frente a un aparato tan tóxico como diabólico. No lo hice porque el aparato en cuestión cuesta casi que una reforma tributaria.
Pero en medio de esta nube negra que tengo encima, el otro día un rayo de luz la penetró. Lo que me pasó ese día me recordó todo lo que me apasiona lo digital. Como bien lo señalo en el título, mi experiencia durante unas horas hizo que cobrara sentido el mundo del que vivo y, porque no decirlo, del que tanto he aprendido.
La historia comenzó cuando abrí Spotify para escuchar una de mis listas de reproducción. En el primer pantallazo vi a Sebastián Yatra con una señora impecable. Al principio no le presté atención, pues pensé que era otra de esas horrorosas sesiones entre dos artistas tan en boga en la actualidad. No obstante, como no paró de aparecerme, decidí hacer clic. No era una canción, a Dios gracias, sino un pódcast entre Yatra y la modista y actriz española Vicky Martín Berrocal, quien es la conductora del programa.
La curiosidad me llevó a explorar otros capítulos del pódcast y me topé con uno que me atrajo de inmediato; el que le hizo la modista a Irene Díaz Ayuso, presidenta de la comunidad de Madrid y una de las políticas más interesantes del panorama europeo.
A lo largo de 58 minutos, Díaz Ayuso abordó su vida personal, la persona detrás de la política, comentando un jurgo de cosas que desataron todo mi interés: lo fácil y triste que es quedarse solo en la vida, los cajones de pensamiento como método de organización de la mente, la timidez, la intensidad con la que se ha de vivir la vida, los viajes, etc.
Cada punto lo investigué en internet, encontrando un abanico de escritos, charlas y videos al respecto. A medida que más consumía contenido, más se me disipaba la nube negra. El mundo digital es lo que nosotros queramos formar del mismo, un infierno o una fuente inagotable de conocimiento, caminos curiosos que abren sitios inesperados y fascinantes. Lo bueno y lo malo está ahí. Ya depende de cada uno el trayecto que quiera tomar. El algoritmo me recomienda, pero, finalmente, yo escojo si le hago caso o no. Es decir, yo decido. Solo yo.
DIEGO SANTOS
Analista Digital
En X: @DiegoASantos