El reciente Festival Internacional de Artes Vivas de Bogotá presentó, en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán, tres funciones de la compañía belga de teatro y danza contemporánea Peeping Tom, que, en una excelente combinación de estas dos artes escénicas, propuso la obra Diptych: the missing door and the lost room.
¿Cómo dialogan en escena teatro y danza contemporánea? Se sabe que los puntos cardinales de la danza contemporánea son música, cuerpo, tiempo y espacio. Con estos cuatro elementos, danzantes originales pueden llegar a proponer mundos originales, y a ofrecer creaciones que los intelectuales del arte llaman "verdades estéticas superiores".
"La danza es el movimiento de la vida misma" decía la pionera alemana de este arte, Pina Bausch (1940-2009), a quien, con su estilo expresionista, no le interesaba cómo se mueve la gente, sino qué la hace mover. Mientras que el teatro es la relación entre el intérprete y el espectador.
La magia de estas dos artes combinadas sucede cuando a la narración dancística se suma el esplendor de lo que comunica.
En la década de los 90 tuve el privilegio de haber cantado y actuado la ópera Carmen en el Teatro San Carlo de Nápoles con la propia Pina Bausch, en la producción de la directora de cine Lina Werthmüller. Su danza a la libertad, ideal que comanda la música de esta obra sa, era extraordinaria. Se apoyaba, además, en la claridad narrativa que acompaña la literatura de Prosper Mérimée en la que se basa este libreto de gitanos. La coreografía estaba constituida por "movimientos dispares y aleatorios que producían balances internos que se acomodaban a la vida y al argumento propio de dicha ópera". Sin embargo, fue una danza cuestionada por algunos críticos de la época, que la calificaron de perturbadora en extremo de la inmortal obra de Georges Bizet.
La magia de estas dos artes combinadas sucede cuando a la narración dancística se suma el esplendor de lo que comunica.
Sin embargo, Diptych, al cerrar con la única frase que se escucha, "Nunca he sido suficiente para ti, no lo soy y jamás lo seré", deja una pregunta abierta: ¿fue clara la narración escénica propuesta por los intérpretes que "navegan en el pasado, presente y futuro de una pareja que se embarca en un transatlántico para buscar una vida mejor", argumento central de la obra?
Dado que todo lo que vale la pena es en cierto modo subjetivo, me parece que, además del incuestionable talento que tanto se aplaude, estos danzantes actores logran dejar en el espectador la enriquecedora posibilidad de trazar su propia narrativa frente a lo expuesto con su arte.
A mí no me convenció como afirmación la de que "lo que haremos en el futuro influencia el pasado", que es revertir la secuencia del tiempo. Escojo, en su lugar, una narrativa cotidiana: la de una mujer común y corriente.
Amante atormentada, mujer objeto y madre de un bebé, hace parte de una sociedad que la apabulla. Es genial el momento en que, llevada por su pareja, se transforma en un maniquí danzante. Asombra una esfera humana que circula por la escena hasta que el rugido y destello de un trueno, como fuerza de la naturaleza, la descompone.
Salvo un cortísimo dúo vocal femenino y escasos momentos pianísticos, la sonoridad que acompaña a los danzantes no alcanza a tener, en mi concepto, el nivel de una composición musical propiamente dicha. Se escuchan resonancias con acordes que se sostienen casi de manera desesperada. Sin embargo, la convergencia y armonía entre sonidos y danza deslumbra y parece hipnotizar a la audiencia.
Muchos aplausos colombianos para los fundadores de esta agrupación: la argentina Gabriela Carrizo y el bailarín clásico Franck Chartier. Con sus talentosos artistas nos ofrecieron una obra de alta clase y naturaleza esplendorosa.