La estrategia de debilitar lo que estorbe al poder, dividiendo, es maña vieja. Usa fuerza, desinformación, amedrentamiento o sensación infundada de influencia o mayorías. Va desde traidores hasta infiltrados. Apela a dinero, ambición, miedo o pasión para comprar consciencias y trastocar valores.
En la guerra se usa desde los neandertales, refinándose con chinos, británicos, rusos, alemanes y norteamericanos. Reagan triunfó con ella en la Guerra Fría, imponiendo a la URSS unas metas de desarrollo militar inalcanzables, divisivas en Moscú por temor a una derrota final.
Derechas e izquierdas apelan a la división como herramienta de victoria: los republicanos la utilizaron en EE. UU. y Trump ganó, dejando ver cuántas laceraciones puede llegar a tener una sociedad sin que el sistema democrático electoral las sane. Más bien las exacerba. Puede estar allí la verdadera razón de la decadencia democrática: como el sistema no ha sabido afianzar en la gente los valores más humanos, el voto no arregla las consecuencias de esa carencia.
Con antecedentes en el anterior, llevamos dos años largos viendo cómo este gobierno divide para imperar. En la campaña de 21 y 22 se dividió con éxito al país entre centro y periferia, calentando los ánimos regionales. Se trató de dividirlo con la propuesta de una constituyente que derogara la carta que el M-19 ayudó a construir. Metió la mano polarizante en Bogotá, al final de la istración López, y se sigue metiendo en la de Galán. Antioquia siente la presión del chantaje presupuestal y la abierta intervención en las elecciones locales pasadas. La reforma de la salud fragmentó a las partes interesadas.
Llevamos dos años largos viendo cómo este gobierno divide para imperar
A las cortes se les empuja a la división con reformas, insultos racistas y tutelas. Al Consejo Nacional Electoral y a los gremios, lo mismo. Al Congreso se le aplican, para partirlo, toda suerte de recetas: mermelada, acusaciones falsas y ciertas, recorte presupuestal y elección de funcionarios.
Para tratar de dividir al Partido Liberal, Petro se le metió a la cocina. Pero al destapar las ollas, se supo que el petrismo ministerial era solo el 1 % de los votos en la Convención. Se reeligió abrumadoramente a César Gaviria como jefe de la participación roja en las elecciones del 26, liderando la conformación de una coalición amplia, en defensa de los intereses nacionales, que llegue al poder y reconstruya el tejido nacional.
A los conservadores, Cambio Radical, ‘verdes’ y a la U ya les había hecho envites. Petro dividió Consejos Universitarios y Cámaras de Comercio. Partió hasta al Eln y hasta propone nuevo Escudo Nacional para medirnos.
El turno es ahora para las Fuerzas Armadas. Nombrar un Almirante como comandante de las Fuerzas Militares, en semejante tremor institucional, es divisivo como lo fue la designación de un general en retiro en la Dirección de la Policía, por bueno que haya sido estando activo. Se desecharon oficiales entrenados, entre ellos sesenta y dos generales. Se recortó el presupuesto. Hemos perdido cerca de cien mil efectivos. Supuestamente para enfrentar el aumento de la inseguridad, se desmantelan y cambian los Comandos Conjuntos, los Específicos y las Fuerzas de Tarea. Además de ser una mala decisión estratégica, debilita a las FF. AA. porque erosiona la conjuntez, imprescindible en momentos en que crimen organizado, Eln y Venezuela hierven contra la seguridad nacional y ciudadana. El exabrupto fue ponderado irresponsablemente por Acore, hoy en manos de la FAC.
¿La Armada, la FAC y la Policía se están sacando un clavo contra el Ejército? Se debilitó la acción de militares y policías para la campaña y los comicios de 25 y 26? Desmontar la Fuerza Omega es una exigencia de las mesas de paz? ¿Todas las anteriores?
Lo que tomó veinte años para operar con éxito, no se puede desbaratar por egoísmo, para dividir, y sin estudios serios de las amenazas ni de la nueva organización.
Lo dijo Gaviria: una cosa es el cambio, y otra, cambiar para mal, a sabiendas.
LUIS CARLOS VILLEGAS