Tras la tregua dada por el invierno, Bogotá comenzó a experimentar tiempos de sol que con el correr de los días dieron paso a alertas por la mala calidad del aire que respiran sus ciudadanos. Según la Secretaría de Ambiente y varios expertos en la materia, una de las causas principales son los incendios que tienen lugar en el Magdalena Medio, la Orinoquia y los Llanos Orientales, incluyendo Venezuela, que generan humo y material particulado que terminan en los barrios de la ciudad.
Los incendios son un mal endémico que afecta a otras capitales, como Bucaramanga o Medellín. Las cifras más conservadoras hablan de cerca de 70 millones de enfermedades asociadas a la pésima calidad del aire que se generan en Colombia cada año y que dejan como saldo 8.000 muertos. A lo anterior se suman los efectos colaterales que producen las conflagraciones en los ecosistemas naturales, hecho al que la Organización Meteorológica Mundial pide poner atención.
Volviendo al tema de Bogotá, que ya ha tenido que adoptar medidas de emergencia como la restricción de la actividad física en colegios y jardines o el confinamiento de personas con enfermedades respiratorias o el uso del tapabocas en el transporte público, lo mismo que para peatones y ciclistas, es clave entender que es el material particulado lo que más incide en la calidad del aire. Y que si bien las quemas forestales tienen un efecto importante, no explican todo el problema.
Hay causas exógenas que afectan la calidad del aire, pero otras que se pueden prevenir y requieren la colaboración ciudadana.
Lo realmente grave es que hay niveles de contaminación en la ciudad que simplemente no bajan, y es aquí donde hay que prender las alarmas. No basta con divulgar trinos con patrullas cazacontaminantes ni es suficiente con pedirle a la población que restrinja su movilidad o que deje de usar el carro. Bogotá tiene que atacar decididamente las fuentes fijas que generan contaminación ambiental, como los vehículos de carga, buses, volquetas y furgones que funcionan a base de diésel. Tiene que meter en cintura a fábricas que siguen utilizando energía fósil para su operación, particularmente en el suroccidente.
Un elemento adicional es el estado de la malla vial. El deterioro de las vías, sumado a las mil obras que se ejecutan en la capital, constituye una fuente inagotable de generación de partículas que están afectando la salud de los ciudadanos. Y en este frente no hay camino distinto que pavimentar vías y acelerar la ejecución y entrega de obras.
Hay que reconocer que el gobierno distrital ha mostrado avances, como la llegada de más buses eléctricos, la construcción de nuevas ciclorrutas o la puesta en marcha de las bicis compartidas. Todo ello contribuye a mejorar las cosas, pero falta mucho más.
Como se ve, hay causas exógenas que afectan la calidad del aire en Bogotá, pero otras que se pueden prevenir y requieren la colaboración ciudadana. Esto incluye el uso racional del carro, que también contamina, y de las motos, cuyos conductores, en vez de andar promoviendo bloqueos y plantones, deberían ser empáticos con la ciudad y aportar en la superación de la emergencia que se vive. Si ello implica incluirlos también en la medida de pico y placa, que así sea, pues se trata de proteger la salud y el bienestar de la mayoría. Cuidar el aire de la ciudad es un asunto de todos.
EDITORIAL