En uno de sus cuentos*, Bertolt Brecht se imagina a Sócrates, el filósofo, en una de las campañas militares en las que participó. Al divisar a sus enemigos, dice Brecht, este Sócrates intenta huir, con tan mala suerte que tropieza y un cardo se le incrusta en el pie. Aunque intenta continuar con su escapada, es incapaz de hacerlo y se tiende adolorido en el piso. Al poco tiempo se le aproximan otros atenienses y los adversarios empiezan a rodearlos a todos, por lo cual Sócrates empieza a defenderse como puede desde el suelo. En un acto de audacia, confunde a los guerreros persas, que por temor y al sentirse acorralados salen corriendo. Sócrates se salva. Y después de su acto de cobardía, regresa a Atenas cojo, envuelto en una leyenda de heroísmo.
Por las plazas de su ciudad corre la voz de la valentía militar de Sócrates. La gente quiere escucharlo y envía emisarios que lo invitan a salir y narrar lo sucedido. Pero Sócrates permanece en su morada. De pronto llega Alcibíades y le cuenta lo que se oye en el ágora sobre su proeza. Le pide ir a recibir los elogios de la ciudad, en vez de enfrentar su reproche por rehuir la dignidad que quieren otorgarle. Entonces Sócrates le confiesa a Alcibíades, con vergüenza, que intentó huir en medio del combate, pero un tropezón se lo impidió. Después se salvó por una gran dosis de suerte. Alcibíades lo escucha con atención antes de marcharse, y cuando termina le dice bellamente: “Créeme si te digo que te considero un hombre valiente. No conozco a nadie que en circunstancias semejantes hubiese tenido el coraje de sincerarse como tú lo has hecho”.
Durante una confrontación armada, el valor militar se demuestra, por lo general, en la preparación y ejecución del combate. Pero ¿cómo prueba el excombatiente su valentía cuando termina el conflicto? En este cuento, Sócrates actúa con coraje insólito al decir la verdad sobre su cobarde intento de huir, cuando el pueblo lo tomaba por héroe. En nuestro tiempo, pocos creían que militares y exguerrilleros serían capaces de reconocer sus crímenes o de declarar que sus compañeros o superiores los cometieron. Pero la justicia transicional colombiana muestra algo distinto.
En el poco tiempo que lleva la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), varios integrantes de la Fuerza Pública y de las desmovilizadas Farc han ofrecido diversas muestras inequívocas de valor civil, al revelar la verdad sobre hechos horribles ejecutados por ellos, sus compañeros o comandantes. Han narrado delitos que espantan la conciencia humanitaria del mundo. Y, por hacerlo, en ocasiones han asumido presiones e incluso riesgos en sus vidas y en las de sus familiares. La JEP y el Estado les ofrecen, porque es su obligación y la merecen, toda la protección que necesitan. Lo que han declarado no los descarga de su responsabilidad moral y jurídica, por supuesto. Han infligido daños profundos e injustos. Pero su compromiso actual con la verdad les devuelve parte del honor que perdieron, o les incrementa el que siempre han detentado, ya que para decirla es necesario coraje.
No todos han tenido esa valentía. Y entre quienes han aportado a la verdad plena, aún hay algunos que deben terminar de armarse de valor para reconocer sus responsabilidades y las de otros en los restantes hechos delictivos. Pero todavía están a tiempo. Solo de esa manera podrán contribuir a sanar las heridas que dejaron sus actos y los de los suyos, y así recuperar parcialmente el valor que es propio de un excombatiente, cuando ha terminado el conflicto.
* Bertolt Brecht. ‘La herida de Sócrates’. En ‘Historias de almanaque’. Madrid. Alianza. 2018.
EDUARDO CIFUENTES MUÑOZ
Presidente de la JEP