A los nueve meses de su posesión el gobierno de Gustavo Petro recuerda la fábula de Samaniego sobre el parto de los montes. Sin el ratón. Bien considerados parecen nueve meses perdidos en flacas alianzas, nombrando y removiendo funcionarios, haciendo gestos, emitiendo tuits. El mandato se ha limitado a plantear un montón de ilusiones emplumadas como la paz total, que una revista tildó de caos total, tan feamente además, y a presentar un informe paquete de proyectos de reformas para la transición energética, el cambio del sistema de salud, y el régimen laboral, a veces necesarias y justas, pero debilitadas por los rencores atávicos ya, tics de rancias teologías (ideologías iba a decir pero salió mejor), que incluyen la repulsión mal reprimida por el imperialismo yanqui y el neoliberalismo, que es el nuevo apelativo del capitalismo para el marxismo ingenuo de la primera línea, desdeñoso del análisis, dado a la emoción y que conduce invariablemente a la neurosis del justiciero en un tiempo inclinado al sentimentalismo y la crueldad. Este ha sido un gobierno gaseoso. Que a veces silba como los gases represados al escapar por los agujeros de los odres de un orden imperfecto.
No hay que echarle toda la culpa a la incapacidad para renunciar a la rancia utopía del siglo XX sin embargo. Petro recibió un país con una carga de problemas acumulados de fácil diagnóstico y difícil remedio. Con una deuda infinita, muy semejante a las deudas de esos cuentos de Kafka donde el protagonista ni siquiera sabe qué debe ni a quién, se nombra con una letra oscura y siempre está abriendo puertas al vacío.
El futuro no se construye con deseos solamente. Hay deseos engañosos. La vida se hace a partir de pequeños remiendos cada hora que pasa, así como un carácter se forma con los actos nimios del día a día. Un antiguo sabio chino dijo que los grandes caminos se hacen paso por paso. Y a veces más valen los pies de plomo que las alas. Ícaro lo supo.
Ojalá Petro no se conforme con los halagos, como los del generoso presidente de Chile, publicados en Time. Hay elogios holgados. Más parece un chiste situarlo entre los personajes más influyentes de la humanidad actual, en un mundo plagado de incertidumbres, amenazado por el Armagedón de Putin y Kim Jong-un, y mientras arde el París de Voltaire. A nosotros nos falta pelo para el moño. Es mejor atenerse al principio de realidad y reconocer el país donde somos, pequeño aunque bonito, y querible con defectos y todo. Ni tanto que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre.
Es mejor atenerse al principio de realidad y reconocer el país donde somos, pequeño aunque bonito, y querible con defectos y todo.
El jueves Petro estará en la Casa Blanca. Ojalá llegue a horas. Tal vez la historia actual necesite una personalidad atractiva como la suya para convencer al presidente de los Estados Unidos de que el reconocimiento de una sola China contribuye a la armonía internacional; de su plan para una paz ucraniana respetando el botín del pirata ruso, y de su fantasía de concertar con los grandes capos del narcotráfico que poco a poco se adueñan del mundo a la chita callando, el modo de desmontar el fabuloso negocio, a cambio de una prisión corta y cómoda, y el derecho a conservar la morralla, y un Bugatti. Oí que las ganancias globales del tráfico de drogas equivalen al presupuesto de Alemania. Espantoso.
Petro no imaginó mientras andaba pisoteando anturios por el Cauca que un día iba a desayunar en la Casa Blanca. Y menos, que una orquídea de las alturas llevaría su nombre en el futuro, Pleurothallis petroana, así, con latinajo. Mientras ruge el volcán. Traquetean las ametralladoras en el incendio de fuego lento de siempre. Y ha muerto Mary Quant. Un personaje influyente, ella sí. Al feminizar la minifalda que habían usado los milicianos romanos y los gaiteros de Escocia, Mary Quant les otorgó a las señoras el derecho a exhibir sus extremidades inferiores como les plazca, mejorando radicalmente el paisaje del Occidente cristiano que solo las concebía cubiertas hasta el tobillo.
EDUARDO ESCOBAR