Norbert Elias (1897-1990) fue un sociólogo que se hizo famoso por su obra El proceso de civilización. Publicada originalmente en alemán por una casa editorial suiza en 1939, su trabajo fue ignorado casi del todo por varias décadas. De manera gradual, comenzó a ganar reconocimiento primero en Holanda y después en Francia. Cuando sus dos volúmenes se tradujeron al inglés en 1978 y 1982, su renombre era ya extendido en el mundo académico.
Si bien aquel sigue siendo su libro más conocido, fue un autor prolífico: la colección de su obra, editada por Stephen Mennell, alcanza dieciocho volúmenes. ¿Qué relevancia tiene hoy Elias? ¿Puede su obra principal ser de alguna utilidad para entender el curso de nuestra historia?
Imposible hacerle justicia a toda la complejidad de El proceso de civilización en esta columna. Tan solo me interesa señalar algunos aspectos que podrían servir para reconsiderar la forma como hemos concebido la trayectoria histórica de los colombianos. No hay originalidad en la propuesta. Entre los estudiosos de Colombia, Herbert Braun muestra muy bien, en La nación sentida (Taurus, 2018), la validez de muchos de los postulados de Elias para interpretar nuestra realidad.
Para comenzar, una observación de validez general. En momentos de crisis de las “grandes narrativas”, Elias ofrece una visión de síntesis sobre la “transformación de la sociedad humana”: la “recuperación del horizonte de largo plazo”, según Andrew Linklater y Stephen Mennell, es uno “de sus grandes logros”.
Algunos aspectos de la obra El proceso de civilización, que podrían servir para reconsiderar la
forma como hemos concebido la trayectoria histórica de los colombianos
Linklater y Mennell han escrito un ensayo retrospectivo, excelente introducción a su obra (publicado en la revista History and Theory, octubre de 2010). En términos simples, El proceso de civilización, según Elias, involucra dos dimensiones distintas pero que se entrecruzan: los cambios en los comportamientos sociales y la emergencia y consolidación del monopolio de la violencia por el Estado.
Elias examina ambas dimensiones desde una perspectiva de largo plazo, con especial atención a las transformaciones sucedidas tras la era medieval en Europa. Historiadores británicos como Keith Thomas le critican a Elias el haber exagerado las “inclinaciones violentas” de la gente del Medioevo. Pero sus puntos generales no pierden por ello interés.
Según Elias, el proceso civilizatorio está marcado por las transformaciones en la conducta humana, sobre todo en el desarrollo del autocontrol de nuestras emociones más primitivas, que nos permiten entonces coexistir pacíficamente.
Algunos creerán trivial la lectura de los textos de buenos modales, examinados por Elias con especial atención. Esos buenos modales, sin embargo, van atados a sentimientos de “vergüenza” y “repugnancia” a los que otorga un profundo significado social. Considérese, por ejemplo, la crueldad contra los animales, cada vez menos aceptada. O amplíese el análisis a los “espectáculos del sufrimiento” como las condenas de ahorcamiento público, hoy inaceptables en todo el mundo.
Tan importante como el trato social civilizado es el proceso de “domesticación de los guerreros”, al tiempo que el “monopolio” de la fuerza devuelve una función pública –los ecos de Weber aquí, y la noción del Estado moderno, son muy claros–.
Linklater y Mennell destacan las ideas de “interconexión” e “interdependencias” que permean el análisis de Norbert Elias para explicar cómo las sociedades se pacifican –conexiones tanto nacionales como internacionales, así a las últimas no les haya dado mayor atención–. Hay muchísimo más en la obra de Elias que mantiene vigencia, con lecciones para la búsqueda de otras narrativas sobre el pasado y el porvenir de los colombianos.
EDUARDO POSADA CARBÓ