Dueño de la chequera y todopoderoso a la hora de recortar el presupuesto con el que funcionan los ministerios, pero impopular entre sus colegas, a quienes mutilará con enorme tijera de 20 billones de pesos. Compresión a la brava por un problema de caja que tiene el Estado colombiano y que obliga al ministro de Hacienda a tener que interpretar el papel de villano: el del economista ortodoxo que recorta el presupuesto de inversión de un gobierno de izquierda y en pleno tránsito de vacas anoréxicas.
Muchos ministros de Hacienda han tenido que meterle tijera al presupuesto, generalmente debido a choques externos, como grandes derrumbes en los precios del petróleo o crisis financieras globales que desatan vendavales. Pero esta vez el enemigo no viene desde afuera, sino que nace principalmente desde adentro: el estancamiento de la economía y el hundimiento del recaudo tributario, lonchera por excelencia de cualquier gobierno.
Baile con la más fea, que obliga al ministro de Hacienda a tener que recortarle billete a sus colegas, y a pasar la guadaña por las narices de su propia cartera: 9 billones de machetazo entre Hacienda y Trabajo, según cálculos del nuevo Marco Fiscal de Mediano Plazo. Salida para intentar contener un problema de caja por un gasto desbordado que crece al 22 % al cuarto mes del año, mientras los ingresos se hunden 4 % por el desplome en el recaudo tributario.
Vacas flacas, sobrecarga a las empresas por la reforma tributaria, reveses en la Corte Constitucional, problemas en la gestión fiscal, litigios gaseosos de la Dian, entre los múltiples tornillos sueltos en los cálculos fundamentales con los que se proyecta el presupuesto anual y que desbarajustaron las matemáticas para el gobierno actual.
Descache producto de las cuentas alegres de Hacienda que pensó con el deseo y no con la fea realidad: cuatro trimestres consecutivos creciendo al cero por ciento, 13 meses seguidos de números rojos para industria y comercio, desplomes en el sector edificador y de construcción de vivienda, grises perspectivas de crecimiento con un insípido pronóstico del 1,7 % para este año, según el Marco Fiscal de Mediano Plazo.
Despiporre que obliga al ministro Bonilla a vestirse de ortodoxia y ceñirse a la regla fiscal; santo grial de las finanzas públicas y derrotero imprescindible para inversionistas, prestamistas del gobierno y calificadoras de riesgo como Moodys, cuya cuchilla afila ante la posibilidad de sobrepasarnos del 5,6 % de déficit fiscal. Eso, o tener que pagar más intereses por la plata prestada, que ya se chupa una cuarta parte del presupuesto nacional.
Tijeretazo al presupuesto que puede poner en riesgo la reactivación, como bien lo advierte la Cámara Colombiana de la Infraestructura, a sabiendas de que un recorte en la plata de obras públicas sólo empeoraría la caída en la inversión, que ya se hundió al 13,4 % durante el primer trimestre de este año. Mal arranque, producto de la pobre ejecución presupuestal, que cayó al nivel más bajo de los últimos diez años y que, cuando venía saliendo del letargo, le llegó el latigazo del recorte del presupuesto.
Ingrata tarea la que tiene por delante el ministro de Hacienda, Ricardo Bonilla, como impopular entre sus colegas a quienes les quita oxígeno presupuestal a mitad de camino. Mejor eso a una eternidad de fiesta que termine en un ‘mileisazo’ como el de Argentina, causando enorme malestar, dolor y ‘shock’ social por no haber hecho los ajustes a tiempo.
PAOLA OCHOA
En X: @PaolaOchoaAmaya