Es cierto que Petro y Donald Trump parecen gemelos en varias características de su personalidad. Se creen dueños de los países que gobiernan, cultivan una ilimitada idolatría hacia sí mismos, tienen modelos autócratas de gobierno y hasta han terminado en bronca con quienes fueron mejores amigos en un momento dado. Los diferencia que los más cercanos a Trump no han estado metidos en escándalos de corrupción tan rampantes y ramplones como los de acá.
Pero así como son muy parecidos estos dos mandatarios en varios rasgos de su personalidad, también se parecen asombrosamente otros especímenes que les son cercanos. Por ejemplo, Elon Musk es nuestro Álvaro Leyva. Los dos fueron supercercanos a sus entonces mejores amigos, pero ambos terminaron siéndoles infieles cual Judas a Jesucristo. Musk terminó, luego de tirar los encargos que Trump le dio en su gobierno, involucrándolo en el escándalo pedófilo del financista norteamericano Jeffrey Epstein. Leyva lleva ya tres cartas acusando a Petro de drogadicto e insinuando toda clase de escabrosos incidentes relacionados con oscuros escándalos sexuales. Pero el paralelismo no para acá.
Se puede también hacer entre el abogado, exfiscal y exalcalde norteamericano y el abogado, exmagistrado y exfiscal colombiano Eduardo Montealegre, hoy nuevo ministro de Justicia.
Se creen dueños de los países que gobiernan, cultivan una ilimitada idolatría hacia sí mismos, tienen modelos autócratas de gobierno y hasta han terminado en bronca con quienes fueron mejores amigos en un momento dado
maría Isabel RUEDACOLUMNISTA
Giuliani gozó de gran prestigio especialmente como alcalde de NY, cuando su liderazgo se destacó durante los hechos terroristas del 11 de septiembre de 2001. Lo apodaban entonces “el alcalde de EE. UU.” y fue honrado por la revista Time en su carátula como el personaje del año. Gozaba de tanto prestigio que se volvió una de las cabezas del equipo legal de Trump y uno de sus más íntimos consejeros. Tan cercanos eran que Giuliani no dudó en creer y adherir a las teorías trumpistas de que le habían robado las elecciones. Se acercó peligrosamente a la toma violenta del Capitolio en Washington. Y se dedicó a perseguir, con alocadas denuncias, a todo tipo de “culpables” de los resultados electorales, con la esperanza de revivir algunos votos que cambiaran la derrota presidencial de su jefe. Mintió descaradamente sobre trabajadores electorales que dizque habían manipulado las máquinas electorales.
Por cuenta de las demandas de dos de ellos, fue condenado por el delito de difamación y a pagar 148 millones de dólares; y a entregar sus propiedades, que incluyeron hasta los Rolex que poseía. “No tengo un carro. No tengo tarjeta de crédito. No tengo ni efectivo”, se le oyó decir derrumbado a Giuliani ante la justicia, luego de que no le prosperó una declaratoria de quiebra para eludir el pago de su condena.
Incluso llegó hasta a acariciar la cárcel. La cadena de TV Fox News fue arrastrada por Giuliani a enfrentar millonarias demandas por difamación. Este hombre, cuyo prestigio profesional le permitió amasar millones y hasta pensar en un momento dado en lanzarse a la presidencia, terminó cayendo en desgracia. Hoy está convertido en un indeseable que no se atreve a salir a la calle.
Pues la suerte de Eduardo Montealegre podría tener vasos comunicantes con el caso de Giuliani. De una meteórica carrera profesional, pasó a un casi que generalizado desprestigio por cuenta de sus incoherencias y el poco respeto por el erario. “Un mercenario del derecho”, lo bautizó el respetado exmagistrado Nilson Pinilla. Como Giuliani con las teorías conspirativas de Trump, Montealegre resolvió “comprar” (¿o vender?) las dañinas teorías del Gobierno sobre el “decretazo” que planean Petro y su subalterno Benedetti, para burlar la decisión que tomó el Senado sobre la negativa de aprobar la consulta popular. Al comienzo decían que el acto fue objeto de fraude. Ahora dicen que no existió, porque no fue leído el informe de ponencia. Tan existió, que millones de colombianos vimos la votación por TV.
Y ahora Montealegre se une al equipo que quiere poner en riesgo nuestra democracia a través de una violación abierta y directa contra la Constitución y la ley, que rompe gravemente el principio de la separación de poderes. Aquí podrían configurarse delitos como prevaricato y peculado. El golpe de Estado “blando” al que Petro tanto le temía resultó intentando darlo él en contra de nuestras instituciones y pinta que sería mucho más duro de lo que él vaticinó.
Para medir las escalas intelectuales y éticas de este personajillo no es sino leerle la carta que escribió antes de aceptar sin titubeo el Ministerio de Justicia: “La elección de Carvajal (en la Corte Constitucional) es la bancarrota ética del gobierno de Gustavo Petro. Impresentable. Eligieron un bandido. ¡Resistencia moral! No hay otro camino ante la arrogancia del doctor Petro. ¡No más corrupción! Basta Petro”.
Una chanfa voltea hasta el Titanic.
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