De un tiempo acá, el wokismo se está robando el show en las casas, los espacios de trabajo, los medios y, cómo no, en las redes sociales, en las que salen a relucir señalamientos, manipulaciones y tergiversaciones que dejan en evidencia la urticaria que les produce a tantos este concepto, aunque no conozcan sus raíces ni su alcance.
La palabra woke proviene del pasado del verbo inglés wake (despertar), y surgió en el argot afroamericano como un llamado a la conciencia sobre las injusticias sociales y raciales. Pero su esencia ha evolucionado y hoy abarca tópicos como la equidad de género y los derechos LGBT, entre muchos otros.
Tras la reelección de Donald Trump, el antiwokismo ha crecido como espuma, gracias a la retórica de algunos líderes de la derecha internacional, como Javier Milei, que dicen sin sonrojarse que hoy el wokismo es el culpable de todos los males de la sociedad; una teoría que seduce a muchos, a pesar de que es simplista y peregrina.
Por supuesto, en Colombia también se percibe el antiwokismo, y después de un mes de la posesión de Trump, y a poco más de un año de las elecciones para Congreso y presidente, la controversia se pone aún más candente y, pónganle la firma, el asunto va a ser uno de los caballitos de batalla de la derecha más radical, donde ya empiezan a asociar el wokismo con posturas extremas de la izquierda que toca combatir a como dé lugar. Algunos van incluso más allá, y en su cruzada contra la cultura woke incurren en conductas que exacerban la homofobia, la aporofobia y otros prejuicios, en actitudes inaceptables, que todos debemos rechazar.
De hecho, muchos se van pluma en ristre contra lo que consideran wokismo, porque suponen que es sinónimo de mamertismo, chavismo, comunismo, etcétera, y olvidan que la reivindicación de los derechos humanos, el cuidado del medio ambiente, la protección de las minorías, la reducción de la pobreza, la búsqueda de la paz o la defensa de la inclusión y la diversidad no son patrimonio de ninguna ideología ni de ningún partido, sino que debería ser la razón de ser de cualquier organización o propuesta política.
El wokismo nos da la oportunidad de entender las experiencias de quienes son diferentes a nosotros, y nos invita a reflexionar sobre nuestros propios privilegios.
(Por cierto, en este punto, no está de más aclarar que en el gobierno del cambio, las conquistas sociales han avanzado mucho más en el discurso que en la realidad.)
Desde luego, como en toda corriente social, en el movimiento woke hay muchos matices, y en algunos casos se exceden al llevar al extremo la corrección política a rajatabla. Sin embargo, la perspectiva del wokismo va mucho más allá y plantea inquietudes que no podemos olvidar, pues a la larga lo que busca es visibilizar y corregir desigualdades históricamente ignoradas, al tiempo que nos reta a discutir cuestiones esenciales para construir una sociedad más equitativa, donde las injusticias no sigan siendo parte de nuestra cotidianidad.
Además, el wokismo nos da la oportunidad de entender las experiencias de quienes son diferentes a nosotros, y nos invita a reflexionar sobre nuestros propios privilegios, que no necesariamente tienen que ver con plata o apellidos, sino con temas de identidad, raza, salud o género, y a escuchar a aquellos cuya voz ha sido silenciada. Este puede ser el primer paso hacia un cambio real y positivo en la sociedad.
No obstante, este no es un proceso sencillo y a menudo, en discusiones de esta índole, descuidamos el diálogo y caemos en polarización que solo sirve para exacerbar la discordia, en vez de unirnos para encontrar soluciones.
Si fuéramos un poco sensatos, deberíamos aprovechar la irrupción del wokismo para propiciar espacios de conversación en los que todas las voces sean escuchadas y valoradas, construyendo un camino donde la justicia social, la libertad de expresión y los derechos individuales puedan coexistir.