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En mi defensa

Esos argumentos de las redes, contra algunos de nosotros, además de discriminadores son tontos.

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(También le puede interesar: La estupidez y la maldad llevan las de ganar)

Las acusaciones de que los rectores anteriores constituimos una ‘camarilla’, una ‘oligarquía académica’, son insensatas y deberían contrastarse con el progreso extraordinario que ha tenido la universidad y con su posición entre las mejores del continente. Sí acepto, con humildad, la crítica que se nos ha hecho de darles importancia central a la investigación y al conocimiento científico. Me abstendré de responder esos ataques, el esfuerzo parece inútil.

Pero hay una crítica muy frecuente y que se usa como argumento definitivo e incontrovertible. Esa sí quisiera comentarla porque puede servir. Se trata de que debo callarme porque soy viejo; los más osados dicen senil.

Por casualidad, el 18 de este mes la revista New Scientist (una de mis fuentes en esa oscura conspiración de las ciencias naturales) trata sobre el tema de la vejez. El artículo central empieza con una anécdota encantadora. El hijo de cuatro años de la autora le dice antes de Navidad que está muy preocupado porque Santa Claus es viejo y podría olvidar alguna de las solicitudes de su lista.

El cuento demuestra la existencia, desde muy temprana de edad, de un estereotipo negativo, incluso si el viejo es tan amable como Santa Claus. En este tiempo, en el que estereotipos de género, raza, nacionalidad, religión y demás son condenados, la OMS reporta que el 50 % de las personas tienen ideas negativas sobre los viejos. La autora cita artículos científicos que muestran que el estereotipo no solo afecta la vida de los viejos reduciendo sus oportunidades, sino también la de quienes piensan así, que tienden a enfrentar mal sus problemas de salud y su propio envejecimiento.
La memoria semántica, la capacidad de recordar conceptos y relacionarlos con los hechos, mejora con la edad.
Los estudios muestran, además, que solo el 10 % de las personas por encima de los 65 tienen problemas cognitivos, lo que no está muy lejos de la población ‘normal’ (suponiendo que joven es normal). Más aún, muestran que la memoria semántica, la capacidad de recordar conceptos y relacionarlos con los hechos, mejora con la edad.

El viejo dicho del Eclesiastés de que “no hay nada nuevo bajo el Sol” es cierto. Hacia el año 65 de nuestra era, Séneca escribió De Senectute (Sobre la vejez). Tenía la avanzada edad (para su época) de 62 años y no sabía que pronto iba a morir, obligado a suicidarse por la dudosa acusación de haber participado en la conspiración de Pisón contra Nerón. El libro es un diálogo entre Catón, viejo sabio de 84, y dos jóvenes: Escipión y Lelio. Catón enuncia los cuatro motivos por los que la vejez parece miserable y los refuta.

El primer motivo es que nos aparta de las actividades. Él señala que solo de las que no nos interesan. Que las cosas grandes no se hacen con rapidez sino mediante autoridad y opinión. El segundo es la pérdida de fuerza física. Catón, en una recomendación que parece moderna, dice que se compensa con ejercicio y moderación. El tercero es que la edad hace perder placeres, y Catón lanza una diatriba contra los placeres que arrastran a acciones vergonzosas. Finalmente, el cuarto motivo es la proximidad de la muerte. A eso le responde diciendo: “Si no vamos a ser inmortales, es deseable, por lo menos, que el hombre deje de existir a su debido tiempo. Pues la naturaleza tiene un límite para la vida, como para todas las demás cosas”.

En resumen, esos argumentos ligeros de las redes, contra algunos de nosotros, además de discriminadores son tontos. Siempre terminan devolviéndose contra quien los usa y contra quienes apoyan, entre los cuales también hay viejos.

@mwassermannl

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