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Opinión

En rechazo al lenguaje de la discordia

Esta ruta de discursos violentos solo puede llevar a destinos inciertos, definidos por la división.

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CONSULTOR EN COMUNICACIONES Y POLÍTICAS PÚBLICASActualizado:

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No es una novedad que el presidente Petro haya vuelto a convocar a la ciudadanía a las calles, ni el tono poco moderado de su discurso. El llamado a las plazas públicas se ha convertido en su respuesta habitual ante cada fracaso de su programa frente a instancias como las cortes y el Congreso. Lo que sí preocupa cada vez más es la abierta beligerancia en sus palabras y la violencia que ha normalizado en sus pronunciamientos.
El presidente Petro sigue hablando como el líder de una facción sectaria y no como el dirigente de un país, y en cada pronunciamiento deja más claro que su deber constitucional de procurar la unidad de toda la nación no podría ser de menor interés para él. En las últimas horas, desde su conocida diplomacia de insultos virtuales, el Presidente se ha mostrado desatado y más agresivo que nunca. En más de cuarenta trinos enredados, a los que les sobran los errores ortográficos, las generalizaciones absurdas y el lenguaje abiertamente violento, el Presidente ha escrito en contra de los ricos, los políticos, los periodistas, la rama judicial, el Congreso, los partidos, las potencias mundiales, pero, sobre todo, de sus opositores y críticos.
Para iniciar esta corriente de trinos cargados de furia, el Presidente respondió a una crítica del excandidato Sergio Fajardo con una inquietante frase: “Con babas solo dejarás correr la sangre”. Pocas horas después, a los senadores que anunciaban sus votos contra la reforma laboral los acusó de traicionar a la ciudadanía y agregó que “solo nos llevan a la violencia”. Luego, de manera específica, respondió a la senadora Berenice Bedoya, quien votó en contra del proyecto, con una delirante frase cargada de intimidación: “No hay perdón para el que ataca al humilde con las garras de la codicia”.
Como pueden ver, el lenguaje del Presidente ha tomado una carga de inaceptable agresividad que en los días recientes solo ha aumentado. En su respuesta a la negativa de varios alcaldes ante la declaración del día cívico para promover la manifestación por la reforma laboral, los llamó “alcaldes de la muerte” y añadió que para ellos vendrían “sanciones de la justicia humana”. ¿Qué significará eso y por qué un Presidente amenaza con un término tan ambiguo e intimidante? Como si fuera poco esa insultante retórica, al alcalde de Montería le escribió que los mandatarios que se oponían a esa manifestación “serán borrados de la memoria de los pueblos por las multitudes desatadas”.
Esta larga lista de insultos está lejos de ser la clase de pronunciamientos que la ciudadanía esperaría del gobernante de todo un país, y en cambio parece ser cada vez más el tono del incendiario líder de una facción política sin el menor interés en reconciliar a la nación. Pero la colección de ataques está lejos de terminar ahí: en las últimas horas, Petro volvió a usar la etiqueta de “nazis”, esta vez para referirse a los críticos del periodismo de RTVC, y acusó a la Andi de “odio étnico” y de “defender el esclavismo”. Así mismo, a la periodista y candidata Vicky Dávila le respondió que “tiene el alma podrida”. Si el principal líder político de la nación es quien más contribuye al detrimento del debate respetuoso, al futuro de la discusión nacional le esperan días poco prometedores.
Si el principal líder político de la nación es quien más contribuye al detrimento del debate respetuoso, al futuro de la discusión nacional le esperan días poco prometedores
Basta con revisar más de cincuenta años de historia moderna de Colombia para darse cuenta de que ningún Presidente de las décadas recientes ha usado un tono tan violento y divisivo. Y el lenguaje del mandatario es apenas la expresión más superficial de una ruptura de fondo, por medio de la cual reconoce que el camino de la institucionalidad y la separación de poderes es un obstáculo para su proyecto, y que ha decidido de manera abierta enfrentarse a todos los contrapesos que se opongan a las políticas del Ejecutivo. El efecto de este discurso radical y de agravios puede ser inmenso, pues no solo la indebida presión contra la separación de poderes y la independencia del Congreso causa un enorme daño a la relación entre las ramas del poder público; también la estrategia de permanentes e irresponsables ataques puede conducir a la pérdida de la confianza ciudadana en sus propias instituciones.
No puede ser normalizado que el Presidente de nuestro país implemente un discurso cada vez más violento e incendiario para movilizar a sus partidarios y enfurecerlos. Tampoco la ciudadanía puede aceptar que el camino del radicalismo elimine la decencia y el respeto en el debate público. Seguramente, algunos de los defensores del Gobierno aplauden estas palabras cargadas de odio y capacidad destructiva, pero debemos preguntarles si este es realmente el tono que esperan de un gobernante y del líder de una sociedad.
Hace mucho tiempo, el presidente de la República decidió trazar un rumbo claro, desde el cual abandonó su deber constitucional de simbolizar la unidad nacional para convertirse en la principal fuente de palabras de odio y rivalidad del país. Esta ruta de discursos violentos solo puede llevar a destinos inciertos, definidos por la división y la falta de reconocimiento al otro.
FERNANDO POSADA
En X: @fernandoposada_

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