Cuenta Homero en la Odisea que los aqueos, tras diez años de sitiar a Troya sin éxito a la vista, llegaron a creer inexpugnable la fortaleza y pensaron en levantar el cerco. Odiseo (Ulises) ideó un ardid para penetrar a Troya. Un buen día los troyanos observaron incrédulos que los griegos se habían marchado y que, como recuerdo de la guerra, dejaron un regalo para Troya: un caballo enorme, de madera, parado sobre una tarima rodante, con el fin de que los troyanos pudieran entrar en la ciudad con poco esfuerzo el regalo de sus enemigos. Muy queridos los griegos.
Todos conocemos, o debiéramos conocer, esa historia que, real o legendaria, es una lección eterna. Los troyanos, colmados de felicidad, se volcaron a festejar la victoria inesperada. No prestaron atención a las advertencias de los prudentes, como Eneas (relata Virgilio en la Eneida), que les recomendaban desconfiar de regalos insólitos.
La juerga fue fenomenal. Militares y civiles troyanos se durmieron perdidos de la borrachera. Al amanecer, de la barriga del caballo gigante salieron, como en un parto masivo, un centenar de soldados griegos que abrieron las puertas de la ciudad y dieron paso al ejército aqueo. Troya fue destruida y desenguayabados a cuchillo sus habitantes.
El truco del caballo de Troya ha sido emulado en miles de ocasiones en las que los ingenuos se dejan engañar por el regalo sorpresivo y caen en la trampa.
A Bogotá le quieren regalar un caballo de Troya. Viene en presentación ecológica de ‘corredor verde’, pero en su interior trae escondida la troncal de TM por la avenida carrera séptima. Es decir, el ejército aqueo de Enrique Peñalosa.
Cómo se hará el truco, hasta un niño puede adivinarlo. El diseño previo del presunto corredor verde contempla estaciones empotradas en los separadores, como en las troncales de la Caracas, la 80, la 30, la 26 y otras, que han hecho de Bogotá una de las ciudades más feas, o de menos gracia, de Suramérica (se lo he oído decir a muchos viajeros), además de tornar desagradable y peligrosa hasta lo inverosímil la movilidad de sus habitantes.
De este modo circularían por un carril exclusivo a lado y lado, al estilo de cualquier troncal, los hasta ahora inexistentes buses duales eléctricos, que “contribuirán” a preservar la pureza del aire; pero, una vez terminadas las obras de las estaciones y del carril exclusivo de sur a norte y de norte a sur, de la barriga del ‘corredor verde’ troyano saldrán, no buses duales eléctricos, sino la flota actual de mil trescientos articulados diésel y bioarticulados que la istración Peñalosa, “para renovar la flota vieja de TM”, adquirió en la célebre licitación del 2018, por una cantidad de aproximadamente mil quinientos, de los cuales se han dado al servicio el 91 %, de acuerdo con las cifras oficiales reveladas por la alcaldía en junio de este año. Buena parte de esos mil trescientos articulados correrían por el carril exclusivo de la troncal séptima de Peñalosa-López, en lugar de los buses duales eléctricos. Así tendremos que el corredor verde de la séptima, como la Caracas y demás troncales, será el menos verde de los corredores. Una troncal más y una gran avenida menos.
Cuando la ciudadanía, que ha resistido con tenacidad por años las pretensiones ‘troncaleras’ de Peñalosa sobre la séptima, como los troyanos resistieron a los griegos, hasta que cayeron en el engaño brillante del caballo, indignada reclame a la alcaldesa, o para entonces exalcaldesa, doctora Claudia López, una explicación de por qué no hay duales eléctricos sino articulados diésel, y por qué faltó a su juramento de campaña “jamás permitiré una troncal de TM por la séptima”, ella responderá con el clásico: “¡Ay. Qué pena. Pido perdón. Fue sin querer queriendo”.
Lo anterior es una suposición futurista, apenas una hipótesis motivada por hechos evidentes. Aquí entra en juego la pregunta primordial del tuitero, que cito en la columna pasada: “¿Por qué la alcaldesa @ClaudiaLopez objeta el mandato de la emergencia climática que establece que el Distrito no adquirirá desde el 2022 buses de combustible fósil?”. Nuestra alcaldesa, que yo sepa, no ha respondido ni aclarado los motivos que la inducen a oponerse a una política de orden mundial, comenzada ya en numerosos países, de eliminar el uso de combustible fósil en el curso de los próximos veinte años.
En la siguiente columna ampliaré el análisis de estas cuestiones –transporte multimodal, distritos urbanos y otros– que marcarán la vida de Bogotá en el presente siglo.
Enrique Santos Molano