¿De dónde proviene el mal causado por los hombres? De los mismos hombres. Esta es la conclusión que saca el académico italiano Ángelo Papacchini, radicado en Cali hace cuarenta años, en su libro titulado Tratado sobre la violencia (Siglo Editorial y Univalle).
Para Papacchini sería una paradoja que Dios, quien es al mismo tiempo omnipotente y benévolo, pudiera causar el mal entre los hombres.Según Epicuro, los dioses siempre tienen algo más agradable en qué entretenerse, para estar metiéndose en los conflictos de los mortales.
El mal viene de comienzos de la civilización y está consignado en el capítulo cuatro del Génesis, donde se narra el crimen de Caín sobre su hermano Abel. Esta acción deplorable es considerada como el primer asesinato en Occidente. Mientras que Abel ofrendaba a Dios con los mejores corderos que tenía en su granja, su hermano Caín lo hacía con los productos agrícolas que cultivaba en su parcela, quedándose con los mejores alimentos para él. Esto determinó que Yahvé le diera a Abel un trato preferencial. Ante esta situación, en Caín florece la envidia, que es el origen del odio, y de las luchas entre los seres humanos.
Para justificar la naturaleza humana del mal, el filósofo Papacchini sustenta su tesis en Rousseau, Kant, Marx y Hannah Arendt, los cuatro filósofos de la modernidad.
Aquí comenzó la desigualdad entre los hombres. El odio que hoy se propaga en el mundo, entre las etnias, contra las mujeres, y contra las minorías sociales.
Para justificar la naturaleza humana del mal, el filósofo Papacchini sustenta su tesis en Rousseau, Kant, Marx y Hannah Arendt, los cuatro filósofos de la modernidad. Para el pensador ginebrino, el mal surge entre los hombres cuando este se divorcia de la naturaleza. Abandonado a su suerte, el hombre se convierte en un animal belicoso, egoísta y envidioso. Por su parte, Kant considera que el mal encaja con esa voluntad malvada que “empuja a individuos y Estados a pisotear, ofender y humillar a los más débiles”. Marx, por su lado, sostiene que el mal tiene su origen en las relaciones de producción, donde una clase se aprovecha de los más débiles para someterlos a la miseria. Y Hannah Arendt, quien fuera discípula de Martín Heidegger, reflexionó sobre el mal a raíz del exterminio nazi contra el pueblo judío.
Papacchini avanza en la hipótesis de que a lo largo de la historia, las guerras han sido hechas por los hombres. Quizás, debido a su composición genética que los “predispone a la violencia más que a la convivencia pacífica” o a la reafirmación social de su masculinidad y su poder.
Aunque esto no significa que en el campo femenino no haya habido mujeres guerreras, como las amazonas que nunca aceptaron hombres entre sus filas y la valiente Judith que antes de que Holofernes se aprestara a destruir la ciudad de Betulia, lo emborrachó y le cortó la cabeza.
El Tratado sobre la violencia continúa hablándonos sobre las pasiones y la violencia, la violencia contra la mujer, la violencia contra el más débil, la violencia racial y la violencia contra las minorías perseguidas.
En una época donde los femicidios y la violencia racial crecen, donde el odio y la codicia por la tierra generan invasiones bélicas, como en Ucrania y en la adolorida y humillada Franja de Gaza, se hace necesario la lectura del libro de Ángelo Papacchini.
FABIO MARTÍNEZ