Es importante no perder de vista que la economía, como otras ciencias sociales, surge dentro de un contexto religioso, cultural y político que condicionan el tipo de preguntas y preocupaciones que se enfrentan en cada época y que la sociedad espera que las diferentes disciplinas ayuden a resolver. Así, la economía moderna surge a partir de los escritos de David Hume y Adam Smith en la época de la Ilustración Europea y, geográficamente, en Escocia.
Dos aspectos cruciales que anteceden a la Ilustración fueron las revoluciones científicas de finales del siglo XVII. Primero los descubrimientos científicos de Isaac Newton contenidos en su obra magistral de los Principios matemáticos de filosofía natural, publicada en 1687. En sus Principios se le da una expresión matemática al orden universal y reivindica un enfoque experimental para contestar muchas de las preguntas de la óptica y la física. Igualmente introduce “la idea de un universo ordenado y armónico que se rige por principios universales” en el cual “la filosofía natural se debe ocupar de la armonía del cosmos”. Newton establece la existencia de un orden matemático de la naturaleza y plantea que no existe antagonismo entre ciencia y religión (ver Mauricio Nieto Olarte, Una historia de la verdad en Occidente: ciencia, arte religion y politica en la conformacion de la cosmología moderna, UniAndes-FCE, 2019).
Un segundo cambio fundamental en el contexto religioso de la época fue el rechazo a la versión pesimista del calvinismo sobre la naturaleza corrupta de los seres humanos y la predeterminación del destino de los hombres, que señala su impotencia por cambiar y mejorar las cosas ya que es inútil, pues todo esta predeterminado por el Creador (ver Benjamin Friedman, Religion and the Rise of Capitalism, Harvard, 2021, y su Conferencia sobre ética y economía en honor de J. Olcay, 4 de febrero de 2021,PIIE).
El impacto sobre la economía fue doble al permitir a Smith adoptar una filosofía de la perfectibilidad de la situación de los seres humanos y de otra parte la existencia de un mecanismo (mercados competitivos) a través de los cuales las acciones individuales, no altruistas, se traducen en mejoras en la situación económica colectiva (el concepto de la “mano invisible”). De allí se derivará el primer teorema fundamental de la economía del bienestar, que garantiza que cualquier equilibrio competitivo resulta en un Pareto óptimo, es decir (aunque puedan existir equilibrios múltiples), la asignación resultante de recursos en la economía no se puede mejorar sin desmejorar la situación de uno de los participantes.
A la pregunta de dónde viene la economía occidental moderna, y al contrario de lo que comúnmente se cree, B. Friedman demuestra que la economía moderna occidental no es enteramente un producto secular, sino es parte de las revoluciones científicas y religiosas (protestantismo) del periodo de la Ilustración en Inglaterra. Fue crítico abandonar el calvinismo, con su pobrísima opinión de la naturaleza humana, y la idea de que existe un determinismo inescapable en el dogma de la predestinación. Cuando se acepta una opinión más optimista y expansiva de la naturaleza humana y se afirma en las religiones protestantes que somos “colaboradores activos” con Dios en la tarea de buscar nuestra perfectibilidad en esta vida y que buscar la felicidad es parte del plan divino, se abre el camino a una ciencia económica que debe contribuir al mejoramiento de la situación material de la población. Como lo dice Friedman, los humanos somos agentes morales libres que cooperamos con Dios para nuestra propia salvación”. Así, “promover la felicidad humana es parte del propósito del creador”.
El libro de Benjamin Friedman es realmente novedoso e importante para la historia económica, modificando nuestra forma de ver el proceso histórico por el cual el mundo occidental llegó a la teoría económica actual. Si bien la economía como ciencia es producto de la Ilustración, momento en el cual el proceso de modernización secular se aparta de un universo exclusivamente centrado en Dios hacia una concepción humanista. Sin embargo, es importante entender que la revolución desencadenada por Adam Smith surgió de avances o cambios y de nuevas ideas teológicas y –en particular el rechazo a la predestinación calvinista– con una nueva visión de las oportunidades y de la agencia activa que jugamos los humanos en mejorar nuestro bienestar individual y colectivo. Friedman pone las conclusiones de Max Weber en su Ética del protestantismo y el espíritu del capitalismo (1904), patas arriba”, rechazando la idea de que el calvinismo protestante dio origen al capitalismo moderno.
Sin embargo, después de casi 250 años desde la revolución de la Riqueza de las Naciones (1776) la economía continúa reflejando la influencia religiosa inicial. La conexión entre el pensamiento religioso y el económico ayuda a entender cómo surgió la teoría económica occidental moderna e iluminar algunos aspectos de los debates sobre política económica, como la eficiencia y el rol adecuado de los mercados y el papel del Estado en la sociedad.
Friedman documenta cómo la nueva visión de la capacidad de los individuos por hacerse responsables por mejorar su condición y buscar el progreso económico a la vez lleva a una profunda creencia religiosa de que también se logra el progreso moral. Friedman concluye que “esta influencia del pensamiento religioso permea la forma como los ciudadanos ordinarios piensan hoy acerca de los problemas económicos. “La economía como hoy la conocemos es todavía una ciencia joven. La influencia del pensamiento religioso estuvo muy presente en su creación”.
Fernando Montes Negret
Economista Financiero