Tradicionalmente, los economistas creíamos que la política monetaria no tenía nada o muy poco que ver con la distribución del ingreso. Esta última obedecía más a factores estructurales resultado de la globalización y los cambios tecnológicos, así como de factores demográficos. Medidas correctivas dependían de la progresividad de las políticas fiscales de recaudo y gasto público.
Pero ¿las cosas han cambiado a partir de la Gran Crisis Financiera del 2008 y luego con la expansión monetaria en respuesta a la pandemia en el 2020? Sin duda, el tamaño y el papel de los bancos centrales se modificaron de forma notable, obligándonos a replantear los supuestos tradicionales y con ello el clamor “para que los bancos centrales hagan algo acerca de la desigualdad”. (BIS, Informe Económico Anual, junio de 2021).
Dos temas relacionados con el impacto de la política monetaria requieren investigarse: uno, ¿cómo explicar que se haya llegado a tasas de interés nominales y reales tan bajas por tanto tiempo? Y, dos, dada la expansión gigantesca de los balances de los bancos centrales —mediante la compra de activos financieros, públicos y privados, financiada con emisión—, ¿cuál ha sido el ‘efecto riqueza’ y a quiénes ha beneficiado?
Respecto a la primera pregunta, el gobernador de la Reserva Federal Ben Bernanke concluyó, en el 2005, que el exceso global de ahorro (savings glut) explica no solo el aumento del déficit de cuenta corriente de los Estados Unidos, sino también el nivel relativamente bajo de las tasas de interés reales en el mundo, y añadió que detrás de dicho aumento está “la perspectiva de un aumento dramático en la relación de pensionados a trabajadores activos en las principales economías industriales” (B. Bernanke, The Global Savings Glut and the US Current Deficit’, Federal Reserve Board, abril 14, 2995).
La política monetaria debe concentrarse en buscar la estabilidad e impedir las peores consecuencias en términos distributivos.
Esta explicación demográfica del exceso de ahorro como explicación principal de las bajas tasas de interés ha sido revaluada. Hay nueva evidencia que sugiere que la desigualdad de ingresos es mucho más importante en explicar la reducción de las tasas de interés que el envejecimiento de la población. Ello obedece a que, a partir de los años 80, las tasas de ahorro han sido significativamente más altas en los hogares de altos ingresos que en los de más bajos ingresos, dentro de la misma cohorte de edades. Los datos detallados de este comportamiento provienen de la Encuesta de Finanzas de los Consumidores (SCF+) para el periodo 1950-2019, que muestra los datos de ingreso y edad de los jefes de hogar en los Estados Unidos.
Así, las tasas de ahorro dentro de un grupo demográfico idéntico varían más que las diferencias en una distribución por edades de jefes de familia en la fuerza laboral. La investigación encuentra que, "entre mayor la tasa de ahorro del 10 % más rico, junto con el elevado aumento de su ingreso, generan, en conjunto, un aumento significativo de los ahorros que llegan al sistema financiero por parte de los hogares de altos ingresos" (A. Mian, L. Straub y A. Sufi. "What explains the decline in r*? Rising income inequality versus demographic shifts", Jackson Hole Economic Symposium, 2021). En los Estados Unidos, el grupo de hogares de mayores ingresos (10 % de los hogares) tiene una tasa de ahorro que es 13 puntos porcentuales mayor que el siguiente 40 % de los hogares, y 20 puntos porcentuales por encima de los hogares más pobres (50 %). A medida que el primer grupo ha incrementado su participación en el ingreso total, mayor ha sido su tasa de ahorro como porcentaje del ingreso nacional. En conclusión, la generación de la posguerra (baby boomers) no es responsable por la reducción de la tasa natural de interés, sino que ello se explica por una elevada y creciente concentración del ingreso en el 10 % de los hogares más ricos.
Si bien la política monetaria no es la principal causante de la desigualdad ni puede ofrecer una cura para ella, como lo señala el BIS, "los bancos centrales sí han desplegado políticas que incluyen tasas de interés excepcionalmente bajas y han usado sus balances para apoyar la actividad económica y reducir el desempleo", y con estas medidas han elevado los valores de los activos, sobre todo la finca raíz y las acciones, lo cual ha beneficiado en forma desproporcionada a los más ricos. De otra parte, las bajas tasas de interés redistribuyen el ingreso y la riqueza de los acreedores a los deudores, de los arrendatarios a los dueños de propiedades, de los jóvenes a los viejos y de los ahorradores a los inversionistas.
La política monetaria no es, de lejos, la principal culpable de la enorme desigualdad del ingreso y la riqueza que existe en la mayoría de los países ni puede remediarla. Si bien la reducción de las tasas de interés y las políticas de expansión cuantitativa (QE) innegablemente empeoran la distribución del ingreso, la política fiscal sí puede reducir esas desigualdades estructurales. Exijamos como ciudadanos que se calcule y se publiquen los coeficientes Gini (que miden dicha concentración del ingreso en un índice entre cero, mínima, y uno, máxima) antes y después de impuestos y transferencias de los gobiernos, para poder entender el impacto de dichas políticas públicas.
Esperaríamos que las segundas mediciones muestren una reducción de las desigualdades, pero con los niveles de evasión y ventajas de los paraísos fiscales (estimados una menor recaudación de US$ 1 trillón por año en los Estados Unidos) no me sorprendería que estas mediciones nos decepcionen y que el impacto redistributivo sea bajo, gracias a los lobbies y sus aliados en el Congreso americano que impiden que se implemente una política fiscal redistributiva.
Llegamos a la conclusión, muy bien explicada en el informe del BIS, un tanto anticlimática, de que la política monetaria debe concentrarse en buscar la estabilidad e impedir las peores consecuencias en términos distributivos, como son la inflación —el impuesto más regresivo—, las crisis financieras y las recesiones que aumentan el desempleo y afectan desproporcionadamente más a los estratos más pobres de la población. Sería absurdo que la política monetaria buscara producir o profundizar una recesión para reducir el valor de los activos de los estratos más ricos. Pero la política fiscal sí debe buscar reducir las desigualdades de ingreso como efecto colateral indeseable de la política monetaria.
FERNANDO MONTES NEGRET
Economista financiero