Uno de los experimentos de comunicación más interesantes y exitosos de todos los tiempos cumple 90 años. Su protagonista fue el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, quien inició en 1933 una serie de excepcionales conversaciones para acompañar a sus conciudadanos en medio de las épocas más difíciles, a través de un invento que el mundo entero empezaba a conocer: la radio.
Este es uno de los más fascinantes ejemplos históricos de cómo los gobernantes tantas veces han buscado sobreponerse a los límites de las comunicaciones de su tiempo para hablar de manera más directa e innovadora con la ciudadanía. Muchos años antes de la creación de Twitter, e incluso antes de la masificación del doméstico a la televisión, la innovación en la comunicación política ya era una prioridad para un gobernante como Roosevelt, quien buscaba una mayor cercanía con su país en medio de horas de profunda preocupación. Para comienzos de la década de los treinta, Estados Unidos enfrentaba las fuertes consecuencias de la Gran Depresión y observaba con terror la llegada de una era global de gobiernos totalitarios en varios continentes.
El mensaje que Roosevelt buscaba entregarles a los estadounidenses era uno de claridad en medio de la incertidumbre. Cuando más temor sentía la ciudadanía en medio de las malas noticias, el presidente más se veía en el deber de proyectar un liderazgo capaz de construir confianza y credibilidad. En busca de llevar sus palabras de manera directa a los oídos de toda una nación, Roosevelt creó un formato apoyado en la recientemente inventada radio que permitía que cada persona sintiera que el presidente le hablaba a la orilla de la chimenea. Aunque no fue el primer presidente estadounidense en pronunciar un discurso a través de la radio, la historia recuerda a Roosevelt como el presidente que revolucionó ese formato y desbancó a la palabra escrita como principal fuente de comunicación del gobierno.
Pero lejos de quedarse en los eternos diagnósticos de problemas, Roosevelt sabía que tenía la enorme responsabilidad de resolver los estragos de la crisis económica más grande de toda la historia y proyectar la capacidad extraordinaria de conseguir soluciones reales. Al mismo tiempo, sabía que del impacto de sus mensajes dependía que el optimismo creciera en una nación afectada por la absoluta incertidumbre. Pocas cosas definen más a un líder que su capacidad de transmitir confianza en tiempos de preocupación y crisis.
A diferencia de cualquier otro discurso presidencial en eventos públicos, en sus ‘fireside chats’ Roosevelt buscaba explicarle a la ciudadanía desde términos sencillos “qué se está haciendo recientemente, por qué se está haciendo y cuáles serán los siguientes pasos en ese camino” –dicho en sus propias palabras–, en respuesta a uno de los momentos en donde más se sumaron calamidades y catástrofes. Estas transmisiones no eran discursos típicos de la política, en los cuales suelen sobrar promesas falsas y, en cambio, proyectaban la mirada de un líder capaz de ofrecer respuestas ante los malos momentos.
Cuando el mundo entero observaba con terror el inicio de la peor de todas las guerras, las palabras de Roosevelt fueron una fuente de esperanza para los estadounidenses. Su tono sereno y sensato, pero también contundente y determinado, lo convirtió en uno de los líderes más populares e importantes del largo siglo XX. Varias estimaciones calculan que más del 50 % del total de s de radio de su época escucharon las transmisiones del presidente Roosevelt, en las cuales explicaba las noticias de la guerra y reiteraba que la hora más oscura terminaría pronto.
Este experimento de comunicación política, que solo se vio interrumpido con la muerte de Roosevelt en 1945, también reveló una regla esencial sobre cómo y cuándo un gobernante debe poner en uso sus recursos más populares de comunicación. Lejos de excederse en la frecuencia de sus ‘fireside chats’, Roosevelt siempre tuvo claro que la periodicidad con la que hablaba en radio era esencial para mantener los momentos de solemnidad y esperanza que buscaba construir con sus discursos. Cuatro o cinco veces al año, decía, era más que suficiente para hablar a la orilla de la chimenea de sus conciudadanos, y criticó varias veces a su homólogo Churchill por su excesivo uso de las transmisiones radiales.
Noventa años después de su primera alocución radial para la ciudadanía, la historia de Roosevelt todavía tiene mucho por enseñarle a un mundo cada vez más expuesto a la sobreinformación. Ciertamente los mensajes de confianza y de soluciones tienen mucho más por aportar que aquellos que lo abordan todo pero no resuelven nada. También es necesario derivar una conclusión desde nuestro tiempo: a veces el exceso de pronunciamientos, discursos, trinos y polémicas puede proyectar todo lo contrario a la claridad que cualquier líder debería buscar transmitir a la ciudadanía.
FERNANDO POSADA
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