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A propósito del suicidio asistido

Tal licencia ha suscitado el rechazo de quienes sostienen que la vida le pertenece solo a Dios.

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El suicidio asistido –o ayudado– es una forma de eutanasia, es decir, de bien morir. Cuando la eutanasia es practicada por un médico (iatroeutanasia), cumpliendo los requisitos legalmente establecidos, está exenta de sanción, según lo sentenció en 1997 la Corte Constitucional.
Recientemente la misma Corte despenalizó el suicidio asistido, que es el procedimiento en que el médico se trueca en agente pasivo, ilustrando al paciente sobre la manera más técnica de acabar con su vida y le facilita los medios para hacerlo (autoeutanasia).
Por supuesto que tal licencia a los médicos ha suscitado el natural rechazo de quienes sostienen la tesis de que la vida le pertenece solo a Dios (vitalismo teologal) y que, por lo tanto, nadie puede disponer de ella, ni siquiera uno mismo. Es un asunto sustentado en la fe. Por eso, los situados en orilla opuesta sostenemos que si al ser humano se le reconocen una voluntad autónoma y el derecho a llevar a cabo acciones basadas en sus propios valores y principios, en tanto no se les haga daño a los demás, disponer de la propia vida en circunstancias a todas luces justificables no puede calificarse de inmoral. La bioética –que es la ética del siglo XXI– considera la autonomía del individuo como el principio moral y legal de más alto rango entre aquellos que rigen su actuar.
En época no muy remota, la Iglesia católica negaba sepultura eclesiástica a quien hubiera muerto por mano propia, es decir, imponía sanción post mortem a los suicidas, disposición que desapareció en el Código de Derecho Canónico de 1983. Por su parte, le ley penal colombiana nunca contempló acción punitiva contra aquellos suicidas frustrados, quizás por creerse que quien atenta contra su vida se encuentra fuera de juicio. Los psiquiatras aceptan que la decisión de terminar con la vida cuando está por medio un sufrimiento grande, más grande que el temor a la muerte, puede ser producto de un proceso mental racional, independiente de una depresión patológica.
Habiendo sido legalizada la iatroeutanasia, cabe preguntar: ¿fue razonable que se hubiera legalizado la autoeutanasia asistida disponiendo el paciente que desea morir impelido por enfermedad insufrible de un médico autorizado para darle paso a la muerte represada? A decir verdad, contadísimos son los pacientes que asumen el papel de agentes activos de su propia muerte. Uno de esos casos raros quedó registrado en los anales de la ignominia humana. Me refiero al sonado suicidio del marino español Ramón Sampedro a finales del siglo pasado. Si para entonces hubiera estado autorizada la eutanasia, no habría tenido que atravesar un largo calvario para lograr el propósito de ponerle fin a la agonía miserable que padeció durante casi tres décadas. A los 26 años, Ramón Sampedro sufrió la fractura de una vértebra cervical que lo dejó cuadripléjico, es decir, con sus cuatro inutilizados, paralizados, dependiendo totalmente de personas caritativas. Durante los 29 años siguientes, innumerables veces solicitó a las autoridades judiciales de su país que se permitiera una ayuda –iatrotanasia o suicidio asistido– que pusiera fin a su desgracia, dado que él estaba imposibilitado para hacerlo por sus propios medios.
Su última voluntad quedó registrada en una carta testamento donde acusa a las autoridades políticas, judiciales y religiosas por no escuchar su súplica. Finalmente, ayudado en la sombra por manos amigas, bebió, a través de un pitillo, un vaso de agua con cianuro. Las autoridades investigaron el caso, sin poder identificar a los samaritanos que contribuyeron a esta obra de caridad. Las últimas palabras de Ramón Sampedro quedaron gravitando en las conciencias de las autoridades: “No es que mi conciencia se halle atrapada en la deformidad de mi cuerpo atrofiado e insensible, sino en la deformidad, atrofia e insensibilidad de vuestras conciencias”. El libro que dictó, 'Cartas desde el infierno', es un documento que arruga el alma. Igual la película póstuma 'Mar adentro'. Treinta y tres años después (2021), el Congreso de Diputados de España aprobó por mayoría absoluta la despenalización de la iatroeutanasia y del suicidio asistido.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
(Lea todas las columnas de Fernando Sánchez Torres en EL TIEMPO, aquí).

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