Mucho se ha dicho acerca de cuál es la verdadera misión de la universidad. Difícil acertar, sobre todo si se le quieren adjudicar papeles que se escapan a sus posibilidades. Lo que no es cuestionable es que su misión primigenia sea preparar bien a los hombres y mujeres que educa para que sean factor contribuyente de los cambios que el país requiera en el momento que les corresponda vivir. Esto obliga a que los planes y programas de estudio se vayan remozando, ajustándose a las circunstancias.
En particular, en la universidad pública la adquisición y el aporte de conocimientos nuevos deben ser uno de los compromisos más obligantes de su agenda misional. En el escudo de la Universidad Nacional, el lema que la identifica reza: Inter aulas academiae quare verum (‘En las aulas de la academia buscad la verdad’). Ese buscar la verdad equivale al compromiso de investigar, que es la actividad que más respetabilidad le da. Para Ortega y Gasset, la investigación es el alma y la dignidad de la universidad. Sí, además de transmisora de conocimientos, la universidad debe investigar esos conocimientos y debe aportar otros nuevos. En esto último radica en buena parte la contribución que la universidad puede hacer al desarrollo y encuentro de la propia identidad nacional.
En la sexta década del siglo XX se inició la llamada tercera revolución industrial con la introducción del ordenador digital, reforzado luego con tecnologías más avanzadas, como internet. Ahora estamos viviendo los inicios de una ‘cuarta revolución industrial’, que trajo consigo la denominada inteligencia artificial.
Los cambios que esta ha aportado son tan espectaculares que el famoso economista alemán Klaus Schwab los ha descrito así: “Desde la perspectiva de la historia humana, nunca ha habido una época de mayor promesa o potencial peligro”. Con sentido pragmático, Schwab aconseja que “un antídoto contra la investigación conservadora en el ámbito académico es la promoción de formas de investigación más comerciales, es decir, audaces e innovadoras”. Según él, las nuevas tecnologías cambiarán profundamente la naturaleza del trabajo en todas las industrias y ocupaciones.
Esos cambios que presagia Schwab para algunos son sospechables, pero no se pueden aceptar como inevitables. Por ejemplo, para el historiador Yuval Noah Harari, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, los escenarios futuros evidentes se hallan lejos de la verdad. “No podemos estar seguros –dice– de las cosas concretas, pero el propio cambio es la única certeza. Dado que no tenemos ni idea de cómo serán el mundo y el mercado laboral en 2050, no sabemos qué pericias concretas necesitará la gente”.
Según expertos en educación, la enseñanza debería basarse en la estrategia de “las cuatro ces”: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad. Es decir, lo más importante es la capacidad para enfrentar el cambio, de aprender nuevas cosas y de mantener el equilibrio mental en situaciones con las que no estemos familiarizados. La advertencia de Harari dirigida a los investigadores de nuevo cuño es perentoria: “Si invertimos demasiado en desarrollar la inteligencia artificial y demasiado poco en desarrollar la conciencia humana, la inteligencia artificial muy sofisticada de los ordenadores solo serviría para fortalecer la estupidez natural de los humanos”.
Desde 1993, en su Régimen Orgánico Especial, la Universidad Nacional fijó sus fines misionales. Allí quedaron registrados sus compromisos con la sociedad y el Estado: formar profesionales, investigar y prestar servicios a la comunidad, es decir, fines que son indeclinables, inherentes a toda universidad. Pero además de eso, la Universidad Nacional tiene otros fines, que la diferencian de las demás universidades públicas, y que ha venido cumpliendo: proyectarse en todo el territorio patrio haciendo acto de presencia, acoger preferencialmente jóvenes de los sectores más vulnerables y ser interlocutora de las agencias del Estado para hacer aportes a la solución de los problemas. Por eso, los gobiernos de turno no debieran escatimar esfuerzos para asegurarle un trascurrir sin afugias económicas.
Fernando Sánchez Torres