El filósofo francés Jacques Derrida solía decir que "ser demócrata sería actuar reconociendo que vivimos en una sociedad nunca suficientemente democrática". Y bien, nosotras desde Colombia, ya sabemos que la democracia sin las mujeres no anda, y menos cuando se califica a la democracia de representativa.
Si no me equivoco, hoy son unos 40 precandidatos hombres a la presidencia y unas cuatro mujeres. Y estos datos me parecen interesantes de analizar en el actual contexto de Colombia. Sin duda, nos vuelven a recordar y a reafirmar sin ambigüedad que el ámbito de la política sigue siendo el universo por excelencia de los hombres.
Hemos avanzado, pero tenemos que reconocer que la supremacía masculina es aún casi total, por lo menos en la actual contienda electoral colombiana. Y este hecho no parece inquietar a los hombres, a los candidatos que llenan sus discursos de palabras como equidad, democracia, representatividad, pero que no parecen preocupados ni concernidos por esta pobre, por no decir casi nula, presencia de las mujeres como precandidatas. De hecho, no parece preocupar a nadie.
Ellos siguen sintiéndose seguros de que este universo del poder les pertenece. Está en su ADN desde hace siglos. Sin duda, el país, de nuevo, será gobernado por un hombre, un superhombre, ese hombre con una H mayúscula, ese sujeto dizque universal.
Entiendo que si bien este país tiene muchas mujeres capacitadas para ser presidentas, ellas duden en lanzarse porque saben que se las van a tragar vivas.
Dicho esto, vale la pena preguntarse si a las mujeres verdaderamente les interesa ese tipo de poder. Quizás, más allá de la eterna referencia a la estructura patriarcal como determinante de exclusión de las mujeres en los escenarios de poder, ellas intuyen que estos espacios no son para ellas, y de hecho creo que vislumbran (con una gran sabiduría) que no es ese poder el que quieren, no es ese poder el que les interesa ejercer y no es ese poder el que han interiorizado desde pequeñas, desde una infancia que las mantenía siempre lejos de la palabra masculina, de los juegos masculinos.
No han aprendido estos talantes, estas tácticas guerreras para ejercer el poder. No tienen el tono de voz adecuado para que las escuchen, no saben moverse como ellos; entonces, tengo que confesar que entiendo ese pobre umbral de mujeres precandidatas. Entiendo que si bien este país tiene muchas mujeres capacitadas para ser presidentas, ellas duden en lanzarse porque saben que se las van a tragar vivas, saben que aún no ha llegado el momento y que el país no ha aprendido a reconocerlas.
No olvidemos a Clara López, a Cecilia López, a Socorro Ramírez a Noemí Sanín y a Francia Márquez, entre algunas más. Muchas valientes han tratado, han tratado de aguantar, han demostrado sus capacidades, han tenido que forzar la voz, pero nada, no las oían, no las oyeron; trataron de aprender dócilmente a pensar, decidir y actuar como hombres, hasta trataron de olvidar su historia negando repetidamente 5.000 años de resistencias que son hoy la clave de nuestras potencialidades.
Por esto entendemos cada vez mejor que ya no podemos dejar a los hombres y solo a los hombres la istración del país, y menos cuando se trata de responder a lo que llamamos democracia. A la larga estamos negando la posibilidad de una humanidad mixta, compleja y diversa.
El filósofo francés Cioran pensaba, incluso, que estos 5.000 años de esclavitud y de discriminación nos hubieran debido otorgar una autoridad incuestionable. Tocará esperar un poco más.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad