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De ruda y perejil

Existieron mujeres abortistas en todos los siglos de los siglos y en todos los países del mundo.

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¿Se han preguntado ustedes cómo hicieron todas estas mujeres que nos precedieron, todas aquellas que habitaron una historia anterior a la nuestra en relación con el aborto? Claro, sabemos que controlar los nacimientos no es privilegio de las sociedades modernas contemporáneas y ha representado una preocupación constante a todo lo largo de la historia. Siempre existieron múltiples recetas, pociones, fórmulas mágicas y numerosos recursos que se inventaban las mujeres para no quedar embarazadas o, cuando ya era tarde, para abortar.
(También le puede interesar: Las mujeres escriben y cuentan su mundo)
Como es lógico, figuraba también la abstinencia sexual con fines anticonceptivos, practicada desde la antigüedad cuando se ignoraba la existencia del ciclo ovulatorio. Fue solo en la década de los veinte (1924) cuando Ogino y Knaus descubrieron este aspecto de la fisiología femenina.
Llegando a nuestros tiempos y muy particularmente en los países andinos, no puedo dejar de mencionar la ruda y el perejil, dos plantas que, machacadas e ingeridas en gran cantidad, oralmente o inyectadas de manera directa en la vagina provocan hemorragias capaces de inducir abortos.
Y de nuevo pienso en las mujeres; en lo que tuvieron que aguantar cuando su salud no podía permitir un nuevo embarazo o cuando sus amores eran clandestinos, en tiempos de hambruna o en condiciones de extrema pobreza. Si bien todas las recetas que se inventaron no eran mortales, muchas ponían en peligro su salud y eran indignas e indignantes.
Reconocer la historia de las mujeres y sus embarazos es una manera de entender el sentido de reconocimiento y felicidad que nos embarga con el fallo de la Corte.
Sigo preguntándome cómo hizo Eloísa cuando amó de manera tan apasionada a su maestro Abelardo. ¿Cómo hicieron las damas del siglo XII y qué hicieron las mujeres de los siglos siguientes para no tener hijos, o no tener más de uno o dos? ¿Cómo lo lograron Olympe de Gouges, Flora Tristan, George Sand o Soledad Acosta de Samper? ¿Qué hicieron todas estas mujeres que no puedo nombrar, mujeres cultas, apasionadas y apasionantes, para arreglárselas con sus amores?
¿Cómo hizo mi abuela materna en 1900 para tener solo una hija? No lo sé. ¿Cómo hizo mi madre para tener solo tres hijos? A pesar de pertenecer a una familia muy liberal, nunca hablé con ella de estos temas y tampoco ella nunca abordó el tema conmigo.
Claro, sé que existieron mujeres abortistas en todos los siglos de los siglos y en todos los países del mundo. Incluso, en francés las llamaban les faiseuses d’anges, bella expresión para nombrarlas y cuya traducción aproximada sería ‘las hacedoras de ángeles’. Si, nunca olvidemos cuántas mujeres abortaron en condiciones atroces, cuántas de ellas murieron o quedaron malheridas, el cuerpo destrozado con el alma vuelto pedazos y un sentimiento de culpa que tuvieron que cargar durante siglos.
De esto nunca nos habló la historia. Una historia escrita por hombres que preferían desconocer estos eventos de la cotidianidad de las mujeres. Y sin embargo, lo que nombro como “estos eventos” marcó y sigue marcando la vida de millones de mujeres del mundo.
Mujeres que me leen, hombres que me leen, pregúntenles a sus abuelas o bisabuelas cómo hicieron. Ya no hablo de sus madres porque la anticoncepción ya había llegado.
Hoy, reconocer la historia de las mujeres y sus embarazos es una manera de entender el sentido de reconocimiento y felicidad que nos embarga con el fallo de la Corte Constitucional de ese famoso lunes 21 de febrero de 2022.
La Causa Justa es también profundamente reparadora. No lo olvidemos.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

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