Sabemos desde hace tiempo que un cuerpo de mujer no nos garantiza nada, y sabemos también que no es porque uno nace mujer que nace feminista. Tampoco es necesario que una mujer sea feminista para actuar y decidir en derecho. No obstante, pensábamos que mujeres como ustedes –magistradas Cristina Pardo, Paola Meneses y Gloria Ortiz–, que desempeñan un papel trascendental en la Corte Constitucional, hubieran entendido que, si bien tienen derecho en su fuero íntimo y privado a estar en contra del aborto, tienen una inmensa responsabilidad en relación con la vida de miles y miles de mujeres colombianas.
Quiero pensar que ustedes han viajado y conocen el país; quiero pensar que ustedes saben cómo viven millones de mujeres colombianas; cómo las ha tratado esta feroz cultura patriarcal y lo que ha significado en relación con sus cuerpos, tantas veces usurpados, manoseados, violados o preñados sin consentimiento.
Estas 6.400 niñas de menos de 14 años ya madres cada año en Colombia; estas adolescentes embarazadas por un padrastro, un familiar u otro muchacho de 16 años que se perdió el capítulo de derechos sexuales y anticoncepción de su colegio; estas mujeres con ya dos, tres o cuatro hijos que, con una gran responsabilidad, saben que no podrán asumir una nueva vida y, en fin, tantos sueños, tantos proyectos de vida truncados cuando un embarazo y ese proyecto de ser madre debería ser asumidos siempre desde la alegría, desde el deseo, ese deseo que garantiza un mínimo de bienestar para crecer en las mejores condiciones posibles.
Quiero pensar que ustedes han viajado y conocen el país; quiero pensar que ustedes saben cómo viven millones de mujeres colombianas; cómo las ha tratado esta feroz cultura patriarcal.
Ustedes saben que prohibir los abortos no disminuye esa práctica. Solo pone en peligro la vida de las mujeres que acudirán a prácticas clandestinas que se aprovechan de la clandestinidad para ofrecer cualquier dudosa receta. Setenta mujeres mueren al año por esta causa. Sí, ¡setenta! Por no hablar de las denuncias de las mujeres que han abortado y que están en riesgo de ir a la cárcel. Y, de paso, un dato: el 97 por ciento de las mujeres denunciadas por aborto son habitantes de zonas rurales y solo el 3 por ciento pertenece a la zona urbana; abortos que reproducen las desigualdades entre las mujeres.
Por cierto y a este propósito, nunca un hombre es judicializado, como si sus espermatozoides no tuvieron ningún papel en ese asunto. Entonces, ¿igualdad de género? ¿Cuál? Hubiéramos querido pensar que, en este siglo XXI, ese concepto de igualdad de género ya, y desde el derecho, se habría asumido plenamente.
Yo, y cuando digo yo digo nosotras y millones de mujeres, estoy por la legalización total, o sea, despenalización del aborto para que todas las mujeres tengan la posibilidad de decidir sobre su cuerpo y su vida. Sin embargo, y por supuesto, nunca obligaría a una mujer a abortar. Solo quiero que tengan la posibilidad de decidir sobre su vida y su cuerpo en cuanto ciudadanas plenas, una ciudadanía tan difícilmente conquistada. Y por supuesto apoyo a todas las mujeres que quieren ser madres mientras ustedes, con su rechazo a una legalización total, nos condenan a todas.
Magistradas, estábamos esperando mucho más de ustedes. Pensábamos que estaban sintonizadas con las teorías jurídicas contemporáneas de países liberales y laicos. Su compañera Diana Fajardo así lo entendió. Votó con tres valientes magistrados hombres. Su voto quedará en la historia. Y la historia sabe recordar.
FLORENCE THOMAS
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad