Cada 7 de agosto se celebra en Colombia la gesta libertadora del puente de Boyacá. Sin embargo, nuestra aún incipiente democracia no les ha cumplido a los colombianos la promesa de un Estado que interprete sus necesidades y que lo libere, ya no de la Corona Española, sino de la pobreza, la exclusión y la rampante corrupción que ha marcado el trasegar de los siglos.
Pero este 7 de agosto también se cumplieron los 2 primeros años del gobierno de Iván Duque. Llegamos al medio tiempo de su mandato. En este momento, así como lo hacen los técnicos en un partido de fútbol, debería aprovechar para evaluar el balance de su gestión. La verdad es que entra a los camerinos en desventaja. Muchos son los autogoles que su propio partido le ha marcado, y si no toma correctivos es posible que termine perdiendo por goleada. Más aún con un panorama político, social y económico que pinta bastante complicado.
Hasta ahora, el gobierno de Duque ha brillado por la falta de gestión y de un legado claro. Una agenda legislativa pobre y carente de estrategia. No ha sido capaz de promover una sola reforma estructural. Ni siquiera se ha logrado posicionar la cacareada economía naranja que los colombianos siguen sin entender. Gastó en debates inútiles sus cartuchos políticos; ya escasos no solo porque es más moderado respecto del partido que lo sentó en el solio de Bolívar, sino también por su genuina intención de eliminar la mermelada. Tratando de cumplir con su principal promesa de campaña, sufrió una terrible derrota al buscar tumbar la reforma estatutaria de la JEP. Pero no solo eso: por poco se le cae la ley de crecimiento económico y un milagro lo salvó de tener que sacar por decreto el Plan Nacional de Desarrollo. Quizás el único proyecto por el cual ha podido sacar pecho es por la populachera cadena perpetua para violadores.
Pero sus derrotas no solo se miden en el campo legislativo. Las salidas en falso de sus funcionarios le han costado mucho. Asimismo, su política exterior, con la cual soñaba convertirse en líder regional al desbancar en horas a Maduro, quedó tan opacada como la figura de Juan Guaidó. Tampoco ha podido consolidar una estrategia de comunicaciones efectiva y sus programas televisivos cada vez pierden más credibilidad. Finalmente, muchos de sus nombramientos han sido desacertados. Convirtió el servicio exterior en la caja menor del Centro Democrático. En Palacio, el despelote entre las múltiples altas consejerías y los ministerios se convirtieron en constantes cortocircuitos. Eso sin hablar de la postulación de Barbosa en la Fiscalía General.
Mientras tanto, en el país de la seguridad democrática, siguen asesinando líderes sociales y proliferan grupos armados ilegales. La producción de coca no ha disminuido, como se esperaba. Los escándalos de corrupción en las Fuerzas Armadas son pan de cada día. Además de los perfilamientos y chuzadas, ha regresado también el fantasma de la violencia, las masacres y los desplazamientos.
Sería injusto no reconocer, empero, que algo se ha hecho en materia de energías renovables, el pago de deudas del sector salud y el insípido apoyo a la consolidación de los Pdets y a las políticas de reinserción. Dichos avances, sin embargo, no son suficientes para contrastar todos los demás fracasos de su gobierno. Habrá que ver todavía cómo sale librado del manejo de la pandemia, a pesar de las críticas por la ortodoxia con la que ha istrado los subsidios. Muchos consideran que está dejando marchitar a la clase media colombiana.
Los próximos años no serán esa luna de miel que dejó pasar sin pena ni gloria en sus primeros dos. Además de la crisis económica y laboral en ciernes, ha comenzado anticipadamente una campaña presidencial que promete un panorama político más polarizado que nunca. Para colmo de males, esa agenda social que por primera vez se lograba vislumbrar y que se separaba de la desgastada batalla entre enemigos y amigos de la paz, fue opacada en días pasados con la decisión de la Corte Suprema en el caso del senador Uribe Vélez.
Duque tendrá, entonces, que gobernar lidiando con el fuego amigo y las voces radicales de su partido que desde ya anuncian vengativamente una asamblea constituyente. Tendrá también que soportar las embestidas de un sector que alimenta diariamente su discurso populista con el hambre y la desesperanza creciente de millones de colombianos.
Aun así, el verdadero problema de fondo es que, más allá de un mandato deficitario que difícilmente podrá ser corregido, en el segundo tiempo de Duque Colombia también se juega un segundo tiempo definitivo. Se tendrán que atender los retos de la pospandemia y el postconflicto, para lo cual no es claro que el técnico del equipo esté preparado. Lo que está verdaderamente en riesgo no es el lánguido legado de un presidente sino el futuro de una nación entera.
Ñapa: La justicia y sus fallos se respetan. Las decisiones se toman en derecho. Cualquier interferencia o amenaza es inaceptable en un Estado de derecho.
GABRIEL CIFUENTES GHIDINI