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¿Y el medioambiente?

El Acuerdo de Escazú es un esfuerzo conjunto de la mayoría de los países de América Latina.

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Señala un viejo adagio que una imagen vale más que mil palabras. Y, efectivamente, la foto que se tomó el presidente Duque con las comunidades indígenas en Leticia durante el lanzamiento de la iniciativa PreCOPBiodiversidad2021 dice mucho de la doble moral del Gobierno en materia ambiental. Sin ningún tipo de pudor, al tiempo que se tomaba de la mano con ellas, enterraba virtualmente la ratificación del Acuerdo de Escazú.
El mandatario pretendió adornar su decisión de no tramitar con mensaje de urgencia el proyecto en el Congreso bajo la inocua promesa de socializarlo antes con todos los colombianos. Una abierta estrategia dilatoria que esconde el servilismo de su política ambiental frente a los intereses económicos de quienes se oponen al tratado. El debate, que ha sido infestado por medias verdades y mitos estrafalarios, no avanza porque los compromisos que asumiría nuestro país les resultan inconvenientes a quienes se han lucrado por la falta de instrumentos que garanticen una protección efectiva del medioambiente y la biodiversidad.
Es preciso recordar que el Acuerdo de Escazú es un esfuerzo conjunto de la mayoría de los países de América Latina y del Caribe para concretar una hoja de ruta que permita salvaguardar los recursos naturales y contribuir a mitigar los efectos del cambio climático. El tratado prevé, entre otras cosas, un compromiso para promover una mayor transparencia de la información ambiental, la protección de los líderes ambientales, el mejoramiento del a la justicia, la invitación a generar espacios de participación ciudadana, el fortalecimiento de las capacidades nacionales y una mayor cooperación regional en la materia. Todo lo anterior no redundaría en nada diferente a la formulación de mejores políticas públicas y a la posibilidad de avanzar en el sueño de convertirnos en una verdadera potencia verde.
Pudieron más las presiones de su bancada y las voces de algunos gremios que la palabra empeñada internacionalmente del Presidente. Se echaron por la borda también las promesas que les hizo el Gobierno a los jóvenes estudiantes en las efímeras mesas de diálogo nacional después del paro del 2019. Como muchos otros compromisos, estos también se quedaron en el papel. Aparentemente, de nada sirve para una istración sorda y endogámica el grito de las nuevas generaciones que, desde las calles, claman por una apuesta real hacia un modelo de Estado que salvaguarde y atesore la biodiversidad y cuya única bandera sea la del desarrollo sostenible.
Lo llamativo no es solo que Duque le haya sacado el cuerpo a Escazú engavetando el proyecto para su implementación. Lo que debería alarmarnos es que en lo que va corrido de su gobierno el balance en materia ambiental es nefasto. A pesar de los múltiples llamados para honrar sus compromisos de campaña, sin asomo de sonrojo avanza en Colombia la posibilidad de hacer pilotos de 'fracking' para extraer petróleo a un costo enorme. Se le sigue apostando a un modelo puramente extractivista.
Como si no bastara, en los últimos tres años se han deforestado más de 750.000 hectáreas de bosques nativos que han terminado convirtiéndose en pastizales para la ganadería extensiva, en cultivos ilícitos o incluso en jugosas rentas para los contrabandistas de maderas finas. Todo bajo la impávida mirada de un gobierno que no ha logrado mitigar la huella ambiental que dejan los grupos armados ilegales.
No menos preocupante resulta el hecho de que Colombia ha sido calificada como el segundo país más peligroso para los líderes ambientales. Basta con recordar la tragedia de Fernando Vela y de los cientos de activistas que han sido asesinados y cuyos procesos denotan mínimos avances judiciales. Finalmente, Duque saldrá del Palacio de Nariño habiendo contrariado las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud al aprobar la aspersión aérea con glifosato de los cultivos ilícitos.
Mientras más se le siga haciendo conejo al medioambiente, más lejos estaremos de lograr la meta de consolidar un Estado basado en el desarrollo sostenible. Uno que aprenda a capitalizar las inmensas riquezas en biodiversidad, ecosistemas y fuentes hídricas. De nada sirven las desafortunadas fotos y las promesas vacías mientras no se tomen acciones concretas para dar un paso adelante en una real apuesta por la protección de nuestros recursos naturales.
Nuestro futuro y nuestras oportunidades están inevitablemente atadas a la naturaleza. Muchos miran a Corea del Sur y sugieren emularla. En menos de medio siglo se convirtió de la nada en una potencia tecnológica. Desafortunadamente, no es un ejemplo comparable. Ese tren ya pasó y lo perdimos. Pero el que queda es igualmente atractivo y rentable. Hoy más que nunca, al margen de vacuas promesas y los constantes eufemismos de este gobierno, debemos abrazar el sueño de convertirnos en una potencia verde.
Ñapa: Qué orgullo nuestros deportistas paralímpicos. Para ellos todo el respeto y reconocimiento. Héroes de la vida.
GABRIEL CIFUENTES GHIDINI
En Twitter: @gabocifuentes
(Lea todas las columnas de Gabriel Cifuentes Ghidini en EL TIEMPO aquí).

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