Las relaciones con Estados Unidos tienen para todos, sin duda, un alcance estratégico. Esa relevancia es aún más marcada para países como Colombia, en donde los gringos tienen significativos intereses regionales, comerciales y de seguridad. Además de que estamos en la mira por eso, la manifiesta asimetría entre las dos naciones exige una sofisticada combinación de conocimientos y sagacidad para proteger las aspiraciones e intereses del país. Infortunadamente, el resultado de la relación con Estados Unidos, en los dos últimos años, muestra un patrón de errores que no solo han erosionado el poder relativo y la importancia de Colombia, sino que, además, han servido para propiciar un aislamiento y una dramática pérdida de influencia a nivel regional y global.
El modelo de política bilateral del actual gobierno es uno de irrestricto alineamiento con las directrices, caprichos y obsesiones del presidente Trump. La apuesta de Duque ha sido hacer concesiones permanentes en todos los frentes y facilitar un despliegue sin restricciones de los intereses estadounidenses, incluso a costa de las prioridades domésticas y del sentir del pueblo colombiano.
En contravía de las decisiones de la Corte Constitucional y amenazando la paz social en zonas de conflicto, el Gobierno lleva dos años tratando de regresar a la aspersión aérea con glifosato y ahondar en la erradicación forzada, cediendo en ese frente prácticamente sin contraprestación alguna. Es un ejemplo más de cómo la diplomacia colombiana en Washington ha permitido impunemente una renarcotización de las relaciones bilaterales y el condicionamiento unilateral de nuestra estrategia antinarcóticos.
El aspecto más grave quizás haya sido poner en riesgo el país en su interacción con el régimen de Maduro, por darle gusto a Trump. Al volvernos peones de brega de la estrategia estadounidense de agresión hacia Venezuela, no solo nos convertimos en eunucos en la construcción de una salida negociada de la crisis –a la que hoy le apuesta todo el mundo, incluidos la oposición venezolana y EE. UU.– y nos aislamos por completo de la comunidad internacional en ese tema, sino que además, esa posición llevó a que Maduro se convirtiera en promotor central de las ‘disidencias’.
No deja de ser impactante que Duque hubiese preferido burlar todos los controles legales, políticos e institucionales establecidos en la Constitución antes que agraviar a Trump rechazando su interés de armar una amenazante retaguardia militar estadounidense contra Maduro, en territorio patrio. A espaldas del país, ya empezaron a llegar los 5.000 marines que anunció Bolton en su famoso bloc amarillo.
Ahora, rompiendo con la tradición que ha equilibrado el poder en el único órgano financiero verdaderamente hemisférico, Duque y Pacho Santos se desbocan para recibir con los brazos abiertos a un candidato estadounidense para la presidencia del BID por primera vez en la historia, con lo cual terminará doblegándose por completo a los intereses de ese país.
El Gobierno está políticamente alineado con Trump, justo cuando su gobierno internamente está siendo profundamente cuestionado por su actitud represiva y por estar protuberantemente en favor de la extrema derecha y los supremacistas blancos. Colombia, gracias a esa empatía ideológica entre el uribismo y Trump, va a quedar del lado equivocado de la historia precisamente ahora, cuando regresan los progresistas al poder.
Alinearse con EE. UU. no tiene nada de malo si es lo que le sirve de verdad al interés nacional. Pero lo único que Colombia ha obtenido a cambio de la arrodillada ante Trump es diez millones de dólares para enfrentar la pandemia y que duplicaran la recompensa por ‘Iván Márquez’. Valiente cosa.
‘Dictum’. Permitir más días sin IVA es un crimen de lesa humanidad. En la práctica, una masacre.
GABRIEL SILVA LUJÁN