Al ‘centro’ se le atribuye una actitud democrática, deliberante, institucionalista, tolerante, sensata y pluralista. Pero, no obstante todas esas virtudes, si ese mismo centro no corrige sus dogmatismos, su fastidiosa arrogancia y su postura condescendiente e intelectualista frente a asuntos que son del alma y del corazón del colombiano del común, no va a poder hacer realidad su posibilidad de victoria en las próximas elecciones del 2022.
Los liberales tienden a ser refractarios, casi que por sicología inversa, a cualquier temática que abandere la derecha, desconociendo que el tema en sí mismo no es el problema, sino la aproximación para su manejo y solución. Por lo general, la ‘intelligentsia’ liberal no aborda esos temas, que considera incómodos, sino de manera ligera e ideológica y solo en contraposición a las posturas de sus contrincantes. De allí que la respuesta de política pública que ofrece el centro para tramitar dichos asuntos –aquellos que le producen urticaria– tiende a ser bastante imprecisa y poco atractiva para los electores.
Un buen ejemplo es la seguridad ciudadana y lo que en la campaña gringa se denominó “la ley y el orden”. Los voceros políticos del centro tienden a pasar de agache en ese asunto, dejándole el camino libre a la derecha. Craso error. Las encuestas y los sondeos demuestran que la preocupación por el deterioro de la seguridad personal y familiar va en pronunciado ascenso, no solo para las comunidades vulnerables en zonas de guerra sino para todos los ciudadanos. El centro no puede seguir creyendo que la defensa del proceso de paz es un buen sustituto para la estructuración de una verdadera propuesta de políticas contra el crimen. Si el centro no toma la iniciativa de articular una política de seguridad ciudadana y antiterrorista capaz de demostrar efectividad en la reducción de la violencia y el delito, es muy posible que sus posibilidades de triunfo se diluyan.
Otro asunto al que le huye instintivamente el centro es el de la protección y la función social de la propiedad privada. Atrapados entre una derecha incondicional defensora de los privilegios para el empresariado y una extrema izquierda que desprecia al sector privado, prefieren eludir posiciones de fondo sobre el rol de la iniciativa privada en la construcción de un país más próspero y equitativo. En la misma dimensión, la falta de claridad y contundencia de la dirigencia centrista sobre el intervencionismo y el papel económico del Estado no añade sino confusión a sus posturas. En una economía con alto grado de informalidad y caracterizada por una cultura colectiva favorable a la defensa de la propiedad privada y del mediano empresario, esa ambivalencia debilita política y electoralmente al centro.
Finalmente, el tema de las iglesias. En un país creyente, asumir posturas anticlericales a ultranza y adoptar un dejo de desprecio tácito por la religiosidad ha mandado a millones de evangélicos y católicos a caer en los brazos de la extrema derecha. El centro no debería tener vergüenza de utilizar su defensa de la libertad de cultos como una bandera explícita. Y le convendría echarse una leidita a la encíclica ‘Fratelli tutti’ y adoptar el pensamiento progresista del papa Francisco sin timideces y vergüenzas por su origen católico.
Para terminar, no puedo dejar de mencionar la actitud en las redes. El tiempo y la energía que le invierten los dirigentes del centro a pulir un tuit o a enlistar seguidores o a coleccionar ‘likes’ tienen muy baja rentabilidad electoral. Más bien deberían dedicarse a conseguir seguidores de carne y hueso en las veredas y las barriadas de Colombia.
‘Dictum’. La victoria de Biden en Estados Unidos es bocanada de aire puro en medio de la fetidez política creada por Trump, sus seguidores y sus súbditos en otras partes del mundo.
GABRIEL SILVA LUJÁN