Se oyen pasos de animal grande por el lado del escenario internacional. No me refiero a la dimensión política en la que los desafíos son serios y se han agravado, pero frente a los cuales –dado el curso de la actual estrategia de relaciones exteriores– no quedan demasiadas esperanzas de que se corrija el rumbo. Hacemos alusión, más bien, a otra constelación de severos riesgos para el país. Se trata de ese conjunto de nubarrones de tormenta que se ciernen sobre el horizonte de la economía mundial.
No es difícil concluir que se acerca un remezón de carácter telúrico en la forma como se conducen y se concretan las relaciones económicas internacionales. Son poderosas las señales de que se acerca un revolcón conceptual e institucional ante la incapacidad de los principios teóricos y las pautas institucionales heredadas de la posguerra para generar las respuestas que necesita el mundo.
La nueva directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, dijo recientemente: “Es mucho más difícil hoy que hace una década lograr la movilización de una ágil respuesta colectiva a las amenazas que el mundo enfrenta actualmente... Las señales de alarma están prendidas y posiblemente muy pronto la situación pondrá a prueba qué tan preparados estamos”. El economista Larry Summers, en la misma línea, escribió en el ‘Financial Times’: “Toda esta situación exige una nueva forma de ver las cosas y nuevas políticas... las acciones de política (ECONÓMICA) deben girar hacia otro lado”.
En Colombia, desde los tiempos de Carlos Lleras, Alfonso López Michelsen, César Gaviria y Juan Manuel Santos, que se encargaron de hacer una política económica internacional proactiva, ejerciendo un liderazgo real en el contexto de las instituciones multilaterales y en la formulación de políticas comerciales y de cooperación de los países industrializados, no se ha vuelto a ver mucho de eso. Ahora, que el contexto externo económico y financiero vuelve a ser el determinante crítico de nuestra realidad, llegó el momento de retomar las lecciones del pasado.
Los problemas económicos del país se han “parroquializado” en el sentido de que estamos dedicados a mirarnos el ombligo y a decir que aquí no va a pasar nada, que está todo bajo control. Esa actitud de avestruz es de por sí muy destructiva, pero lo es más cuando coincide, precisamente, con la posible reconfiguración paradigmática de las políticas económicas globales, y también del comportamiento y estructura de las instituciones multilaterales.
En las capitales financieras del mundo están ya en discusión las fórmulas que determinarán el futuro de la economía mundial. Van a ser tan contundentes los cambios que el famoso Consenso de Washington va a ser un juego de niños. Y en esa discusión también se decide el futuro económico de nuestro país y lo que va a pasar con el mundo en desarrollo. Se trata de no perder la oportunidad y asumir una política económica internacional que haga de Colombia un protagonista en la orientación del marco global de política económica que va a surgir. Somos una de las pocas economías que tiene una trayectoria que le dan la autoridad moral para participar en ese escenario.
Poco a poco, los ‘decision makers’ están llegando a la conclusión de que ya no basta con lo que se hacía antes, de que los instrumentos de política monetaria tradicionales en las economías industrializadas se han agotado. También están descubriendo que dentro de las pocas fuentes de crecimiento global que quedan figura de manera destacada la reactivación de la demanda en el mundo en desarrollo e incorporar al consumo a los miles de millones de seres humanos que han estado, por centurias, al margen del bienestar.
‘Dictum’. Desechar a un abogado incómodo no exime de la culpa de las consecuencias de haberle entregado poder.
GABRIEL SILVA LUJÁN