No hay duda de que el coronavirus ha logrado taparles la boca a millones de personas en el mundo, pero no solo para contener los aerosoles de babas y las partículas de mocos. El virus también ha servido para silenciar a millones de ciudadanos, de líderes, de instituciones, de controles y contrapesos, dejando las libertades públicas jadeantes, asfixiadas y altamente vulnerables al despotismo, al abuso de poder y al autoritarismo. Pero no solo estamos hablando de las dictaduras. Muchas de las democracias que se precian de ser ejemplares se han dejado seducir por las oportunidades que ofrece la pandemia para camuflar la proclividad autoritaria de sus gobernantes.
En Estados Unidos, por ejemplo, el presidente Trump ha manifestado reiteradamente que él tiene todo el poder y ha amenazado a gobernadores, alcaldes y autoridades con quitarles fondos o usurparles su autoridad constitucional si toman medidas que puedan afectar su reelección. Su más reciente salida es contra las redes sociales abiertas, amenazando a Twitter y a Facebook con severas restricciones y limitaciones a su capacidad de orientar la opinión.
Si por allá llueve, por acá no escampa. No solo los mecanismos de control político, institucional y constitucional a los poderes de emergencia del Ejecutivo se han mostrado paquidérmicos y prácticamente inexistentes, sino que el Gobierno, además, ha aprovechado el confinamiento y las restricciones para escudarse en el silencio forzoso que impone la pandemia para hacer cosas a escondidas, sin informar adecuadamente y sin el debido proceso institucional.
A modo de ejemplo está la “invitación” a las tropas especiales gringas al territorio patrio, algo que sorprendió como un hecho cumplido a la opinión, y que se dio sin consultar al Congreso de la República o pedir, como lo exigen las normas, los conceptos del Consejo de Estado o la Procuraduría. En el mismo ámbito, la gravísima revelación del uso de la inteligencia militar para el seguimiento ilegal a líderes, funcionarios, periodistas y ciudadanos no afectos al Gobierno se viene diluyendo sin que se atribuyan responsabilidades políticas o se debatan de manera profunda las cosas que vienen ocurriendo con el Ejército Nacional.
Este diario ha denunciado con poco eco el incremento del asesinato de líderes sociales y de excombatientes de las Farc bajo el manto de silencio justificado con la pandemia. Esos crímenes están ocurriendo a espaldas de la opinión, sin que las autoridades le den la divulgación y la prioridad que debería tener un fenómeno tan perturbador para la democracia, la paz y la reconciliación. No deja de inquietar el silencio de los obispos y la Iglesia frente al hambre y los desmanes de alcaldes y autoridades. Se han preocupado más por reiniciar los ritos que por el sufrimiento de sus feligreses. ¿Será que perdieron su responsabilidad pastoral por el júbilo que les inspira el talante confesional y moralista que el Presidente y Marta Lucía Ramírez le han impuesto a la actual situación?
El Gobierno demostró que está dispuesto a taparle la boca a todo el que disienta, hasta al propio sector privado. En un acto sin precedentes, el presidente Duque, usando intermediarios, decidió irrumpir en el proceso de selección de la cabeza de Asocaña. Mediante amenazas y chantajes lograron reversar el excelente nombramiento, ya en firme, de Frank Pearl como presidente de esa organización gremial. Ya antes se habían tomado a la brava el sector de las cámaras de comercio y en particular la más poderosa, la de Bogotá. Ahora, aprovechándose de la debilidad de la economía, quieren usar los beneficios gubernamentales para arrodillar a la dirigencia empresarial. Increíblemente, hasta la independencia del sector privado está también en entredicho.
‘Dictum’. “No puedo respirar… no puedo respirar”. El Ku Klux Klan disfrazado de policía.
GABRIEL SILVA LUJÁN