Washington D. C. es una de las ciudades más hermosas del mundo. La ciudad, levantada en medio de un pantano, es una urbe pensada desde el comienzo para presidir sobre un imperio. Como anticipando la grandeza de su país, los líderes de la Unión intentaron emular a las antiguas capitales de Europa. La historia les daría la razón en pensar así. Hoy, quiérase o no, Washington es el eje de la política mundial. Así las cosas, la selección del embajador de Colombia no es una decisión de poca monta. Para bien o para mal, somos quizás uno de los países en América Latina con mayor grado de dependencia política de los Estados Unidos.
De allí que el cargo de embajador de Colombia en dicho país es de vital importancia para defender los intereses de la nación. Para empezar, cualquier embajador la tiene difícil. A lo largo de Massachusetts Avenue, y sus alrededores, hay ciento setenta y siete embajadas permanentes luchando ferozmente por establecer para sus países y sus gobiernos la mayor cuota posible de influencia.
Colombia logró ascender por la escalera de la influencia y de la credibilidad hasta pasar de una relación basada en la estrecha temática del narcotráfico a otra mucho más compleja, diversificada, integrada y regionalmente estratégica. No solo se firmó y aprobó el TLC, sino que también se estableció un proceso de diálogo multidimensional con el Departamento de Estado que se ha venido a menos en este gobierno.
La pluralidad de la temática bilateral se derribó por la terquedad del Gobierno en insistir en que los cultivos ilícitos son el asunto más prioritario y el tema principal de las relaciones bilaterales. Al embajador que ahora designen le tocará ver cómo recupera los escenarios que se perdieron. Reconstruir la credibilidad y crear una nueva agenda, algo extremadamente difícil en Washington, será la tarea más decisiva de quien suceda a Pacho Santos.
Aunque hoy Washington tiene las avenidas más hermosas y una alameda que rivaliza con los Campos Elíseos, la ciudad sigue siendo, figurativamente, un pantano. Quien no lo conozca en profundidad andará en círculos, sin llegar a ninguna parte. La sutileza de las relaciones de poder y la constelación de factores de influencia son de extremada complejidad, circunstancias que exigen una presencia diplomática esencialmente profesional y con experiencia intelectual y académica en los asuntos bilaterales. En las nuevas generaciones hay candidatas y candidatos de sobra.
La escogencia de Pacho Santos como embajador estaba, de entrada, condenada al fracaso. Ese nombramiento fue inspirado en la política doméstica y en las exigencias del Centro Democrático, no necesariamente en la discreción, prudencia, experiencia diplomática y protocolaria del escogido. Se sabía que no era un embajador realmente de Duque. Y un embajador ante los Estados Unidos que no sea de las entrañas del Presidente no tendrá nunca el poder de ejecución diplomática necesario para producir impactos relevantes. Ojalá la canciller Blum no se deje imponer otra vez un embajador que corresponda a la lógica parroquial de nuestra política nacional. De ser así, la embajada seguirá siendo un astro apenas perceptible en el caótico universo de operadores diplomáticos en Washington.
La designación del nuevo embajador reposa en su totalidad en manos del señor Presidente y su Canciller. Una equivocación puede afectar severamente los intereses del país, en una coyuntura en que por las elecciones estadounidenses y la confrontación geopolítica global somos altamente vulnerables. Esperamos que al nuevo representante le digamos los colombianos y Washington: “Welcome, Mr. Ambassador”.
‘Dictum’. La diversidad y la igualdad de género, o un Ph. D., no son excusa suficiente para obviar las medievales opiniones de la ministra Mabel Torres sobre el método científico.
GABRIEL SILVA LUJÁN