Muy de cerca me vi con el episodio de unas niñas que preparaban cierta representación bíblica, una tarea de esas que sirven para llenar horarios en el colegio y achicharrar todavía cabezas en este que se anuncia como un sistema educativo contemporáneo.
Una de ellas interrogó “qué es una esclava”, inquietud ante la que alguna de las madres acudientes, muy católica se notaba por cada cosa que afirmaba, respondió que eran unas señoras como la empleada de la casa, como fulanita, en riguroso diminutivo, solo que en esa época las trataban mal y no les pagaban.
No conseguí vomitar en ese momento, aunque no olvido el episodio ahora que se harán conmemoraciones con actos oficiales atiborrados de vacíos conceptos y se pegarán placas para conmemorar 170 años de la abolición legal (óigase bien, legal) de la esclavitud en Colombia. Fue en mayo de 1851 cuando se decretó: “Serán libres todos los esclavos que existan en el territorio de la República” y que quedarían liberados los que de otras partes se refugiasen acá.
Ya a mediados de 1821, dentro de esa tradición normativa que se ha mantenido invariable, esa fórmula de hacer normas que dan y confunden, que cambian algo para que todo siga igual, otra ley había dispuesto que los hijos de las esclavas serían libres, y los dueños de ellas tendrían que alimentarlos. No había tutela y si hubiera existido un defensor del Pueblo, quizá fuera invisible, igual que ahora, de manera que aquello poco debió de cumplirse.
De ninguna manera cabe satirizar aquel acontecimiento elevado a un rango mayor en las constituciones de 1861 y 86, más teniendo a la vista que este país de imperio católico había promovido el acto miserable de la esclavitud como mecanismo rentable, igual que lo han justificado en su origen las otras religiones monoteístas que se siguen disputando la hegemonía del mundo. Todo por la plata.
Trascendental como fue la abolición de la esclavitud, parece pendiente aún la libertad. La libertad integral, la que no puede celebrarse dignamente mientras no pare la desgracia de violencia en Buenaventura o Tumaco, la miseria en el Pacífico colombiano y muchos pueblos indígenas, el reclutamiento criminal de menores, o este sistema educativo que no supera el abismo entre colegios privados y públicos. Ejemplos apenas de una lista larga y consentida que insulta el concepto de Libertad.
GONZALO CASTELLANOS V.