Se nos está pegando la ciclotimia argentina: pasamos con facilidad de la euforia al pesimismo, ambos igualmente injustificados. Un día creemos que la paz está a la vuelta de la esquina. Y al otro, que hay tanta violencia como antes. Si los precios del petróleo están altos, creemos que resolvimos ya todos los problemas económicos. Y cuando caen, sentimos que todo es un fracaso.
En el congreso reciente de la Andi, tres exministros de Hacienda pasamos revista a los últimos 20 años y la agenda futura. Mi conclusión es que hay razones para un optimismo moderado.
El crecimiento económico promedió 3,5 % anual entre 1990 y 2018. Pero lo hizo con altibajos: 4 % entre 1990 y 1997; 1,2 % entre 1998 y el 2003; 4,7 % entre el 2003 y el 2014 (gracias al ‘boom’ petrolero); y 2,2 % entre el 2015 y el 2018. No merecemos una felicitación si nos comparamos con Perú o Chile, y mucho menos con China. Pero tampoco es como para lapidarnos, pues lo hicimos mucho mejor que Argentina, Brasil, México y Venezuela. Claro que, como en otros países latinoamericanos, el crecimiento fue volátil y se basó en mayores tasas de inversión y un número creciente de trabajadores por habitante (menos niños por adulto y más mujeres trabajando). No en mayor productividad y eficiencia de la economía.
En las próximas décadas no podremos contar con ‘booms’ petroleros (sobre todo si no aprovechamos los no convencionales), ni con mayores tasas de inversión o un mayor número de trabajadores por habitante (porque crecerá mucho el número de desempleados en la tercera edad). Si no mejoramos nuestra productividad, sería imposible crecer a más de 3 % en forma continua.
Pero... si nuestros empresarios fueran más innovadores (unos pocos lo son), si nuestros trabajadores estuvieran mejor preparados (con mejor educación y entrenamiento), si los gobiernos (nacional, departamentales y municipales) ayudaran más y pusieran menos obstáculos, si los colombianos nos matáramos y robáramos menos, si hubiera mayor seguridad jurídica, mejores medios de transporte y una política agropecuaria menos absurda; si nos decidiéramos a competir más en los mercados internacionales, si evitáramos una crisis fiscal... el cielo sería el límite. No es realista pensar que podemos lograr todo esto al tiempo. Pero sí, si nos lo proponemos, conseguir avances importantes en la mitad de estos objetivos en los próximos cinco o diez años, y en todos en los próximos quince o veinte. De hacerlo, podríamos alcanzar primero a Chile y después a países como España y Portugal.
Como muestro en mi libro recién publicado, en los últimos 50 años fuimos capaces de crear y fortalecer instituciones y mejorar significativamente muchas políticas públicas, aun en medio de la violencia, el clientelismo y la corrupción. Gracias a ello tuvimos un crecimiento económico mayor y más estable que la gran mayoría de vecinos en América Latina, a pesar de esas condiciones tan adversas. Nada impide que volvamos a hacerlo en los próximos 50, en especial si logramos consolidar la paz, mejorar la política y erradicar la corrupción. Nada de eso fue ni será fácil, pero resulta evidente que tampoco es imposible.
Los jóvenes de hoy son mucho mejor preparados de lo que fuimos nosotros y tienen una visión del mundo menos provinciana. Si se deciden a hacer empresas más innovadoras, a mejorar la política y el gobierno y a construir una sociedad con mayor respeto por los otros y más oportunidades para todos, legarían a sus hijos una Colombia que nosotros no reconoceríamos. Así como la que les estamos entregando, aun con todos sus problemas, nunca se la imaginaron nuestros abuelos.
P. S. Dos anuncios importantes de esta semana: los pactos de productividad suscritos entre el Gobierno y 12 sectores dinámicos, bajo la coordinación de la Vicepresidenta; la hoja de bitácora entregada por la misión de mercado de capitales.
GUILLERMO PERRY