Hace dos semanas, en su reunión de primavera, el Fondo Monetario Internacional advirtió que la economía global está en un “momento muy delicado”. Algunos riesgos son estrictamente económicos. En la última década ha habido de nuevo un proceso de endeudamiento gubernamental y privado muy rápido en muchos países, y las crisis siempre se desencadenan después de estos excesos. Y las dos economías más grandes, EE. UU. y China, han venido acumulando vulnerabilidades por políticas internas equivocadas. Pero los riesgos más preocupantes son de orden político, por el daño que se está infligiendo a la globalización y el multilateralismo con el ascenso de políticas nacionalistas extremas en EE. UU., el Reino Unido (‘brexit’) y algunos otros países.
Tres décadas atrás, el Fondo Monetario y el Banco Mundial sufrían el asedio de grandes manifestaciones contra estos agentes de la “maldita globalización”. Lo progre era achacarles todos los males a las instituciones multilaterales, a las empresas multinacionales y al crecimiento del comercio internacional. Esta percepción ha cambiado significativamente. Cada vez se reconoce más que los episodios de auge de la globalización económica (1870 a 1910 y 1950 a 1990) han coincidido con los períodos de mayor expansión y prosperidad económica mundial y de reducción acelerada de la pobreza y de las disparidades entre países.
Por eso no sorprende que el Partido Comunista Chino saliera a defender el libre comercio y la decisión autónoma de las grandes empresas de localizar su producción en donde más les convenga ante los ataques de Trump a estos dos aspectos cruciales de la globalización. Ni que la izquierda mexicana, que se opuso al Nafta, saliera a protestar cuando Trump amenazó con abandonar ese acuerdo de libre comercio entre EE. UU., Canadá y México. Ni que los jóvenes europeos educados, de un lado y otro del canal de la Mancha, estén en contra del ‘brexit’ y el debilitamiento de la Unión Europea.
Más aún, los demócratas, la izquierda moderna y los ambientalistas han venido comprendiendo que el derecho a la libre información, la protección de los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental de nuestro planeta dependen hoy de tres aspectos claves de la globalización reciente: el internet libre, la Corte Penal Internacional y el éxito eventual de los acuerdos ambientales entre países. Y que son los movimientos nacionalistas, de extrema izquierda o derecha, los que tratan de restringir el a internet y excluir a sus países de las entidades y los acuerdos internacionales.
Sin duda, la globalización tiene también sus problemas. Entre ellos, el impacto generalizado de las crisis financieras internacionales, como la del 2009, o las organizaciones criminales que aprovechan tanto internet como el sistema financiero global. Pero lo que se requiere es reforzar las organizaciones multilaterales y regionales (Alianza del Pacífico, CAF, Flar) y los acuerdos internacionales para regular mejor los mercados financieros, evitar o mitigar las crisis y cooperar en el control del crimen internacional, el lavado de activos y la evasión tributaria. O sea, lo que conviene es globalización con buenas instituciones globales (y regionales), y no nacionalismos obsoletos con control de la información, los derechos ciudadanos y la libre iniciativa económica.
Entender mejor esta realidad del mundo actual sería muy importante para Colombia. A ver si al fin superamos ese provincialismo que nos hace vivir encerrados en nuestros problemas locales, desconfiando de todo lo que viene de afuera, poniendo aranceles por ley y pendientes de lo que diga un expresidente que considera que es mejor alguien que mata que alguien que difama, o un pretendiente a la presidencia que piensa que el único error de Chávez fue seguir dependiendo del petróleo (aunque casi lo acaba) y no de los aguacates Hass.
GUILLERMO PERRY