Pocas cosas hablan tan mal de un líder político, y de cualquier persona, como el hecho de que no asuman responsabilidad por sus errores y reveses y culpen a los demás de todo lo malo que hacen o les sucede. Esta es ya una costumbre muy arraigada en Gustavo Petro. En lugar de aprovechar la Semana Santa para reconocer con humildad sus faltas, como hacen los buenos cristianos, se dedicó otra vez a culpar a Sergio Fajardo por su propio fracaso electoral y de todo lo malo que le está sucediendo al país, dizque porque Sergio eligió a Duque. Se le nota el terror que le produce tener que medirse con Fajardo en la próxima elección presidencial.
No es la primera vez que Petro inculpa a los demás por sus errores. Excusó su incompetente istración de Bogotá afirmando que la conspiración de los oligarcas no lo había dejado gobernar. Recién elegido provocó una caída dramática del valor de las acciones de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, causando un grave deterioro patrimonial al Distrito, al anunciar que la fusionaría con la del acueducto para dedicar las utilidades obtenidas en ventas de energía eléctrica y gas a subsidiar las tarifas de agua. Algo que, por demás, la ley de servicios públicos no le hubiera permitido hacer. Ante esa debacle, se envolvió en su ruana zipaquireña y culpó del colapso de los precios a los “especuladores” financieros.
Cuando ocasionó el desastre de la recolección de las basuras, al pretender una estatización improvisada de ese servicio (e ilegal por cuanto la ley de servicios públicos exige promover la competencia), achacó el caos al supuesto sabotaje de los recolectores privados, quienes tuvieron que venir en su auxilio y le cobraron muy cara su ayuda. Todavía hoy está empapelado por la SIC y la Contraloría Distrital por esta violación deliberada de la ley (varios funcionarios le advirtieron sobre la ilegalidad de esta actuación), si bien se salvó de la destitución culpando al procurador Ordóñez por persecución política.
Colaboradores cercanos de Petro tuvieron que renunciar por negarse a firmar contratos irregulares por los que luego tendrían que responder. Fue el caso, por ejemplo, de Fernando Arbeláez, a quien Petro llamó para arreglar la crisis del Fondo de Vigilancia y Seguridad.
Pero Petro no es el único líder político que vive culpando a los demás de sus errores. En esto también se identifica con su irado Hugo Chávez y su sucesor, Maduro. Cada vez que algo le salía mal, Chávez culpaba al imperio del norte, o a los oligarcas venezolanos (que, según él, causaban la creciente escasez) o a los colombianos, que supuestamente querían tumbarlo a través de los ‘paras’ y del gobierno de Uribe.
Y, valga la verdad, en esta materia Maduro aventaja, de lejos, tanto a su maestro como a Petro. Echarle la culpa del racionamiento de energía eléctrica en Venezuela a una supuesta interferencia cibernética (el heredero del comandante se traba al pronunciar esta palabra) desde Colombia merece el premio Ripley para cuentos de ficción. Hollman Morris, el Maduro que Petro había escogido para Bogotá, trató de disputarlo culpando a sus enemigos políticos de manipular a su exesposa para que lo denunciara por incumplir sus obligaciones paternales.
La encuesta de opinión reciente da una amplia ventaja a Claudia López sobre sus rivales. Si no comete un error grave, sería la primera alcaldesa de Bogotá. Claudia es una mujer bien preparada, carismática y frentera. Tiene las dotes para dirigir la capital. Pero, dada la complejidad de la ciudad, haría bien en aprovechar los próximos meses para consolidar su equipo y sus programas de gobierno. Deberá ejecutar bien las obras que deja contratadas o diseñadas Peñalosa, y al mismo tiempo restañar las heridas causadas por su prepotencia. Ojalá pudiera convenir una alianza con Carlos Fernando Galán, quien sería un excelente coequipero.
GUILLERMO PERRY