La pregunta se instaló en mi cabeza tras ver lo que logró Shakira en su regreso a Colombia. Más allá de si su música le gusta a alguien o no –lo cual es totalmente válido–, hay algo innegable: lo que hizo fue monumental. Un espectáculo de lujo, calculado al milímetro.
No fue solo un concierto, fue una historia en movimiento. Un torbellino de luces, danza y sonidos que fluyeron con tal precisión que cada cambio de vestuario, cada transición, se sentía como parte de un relato cuidadosamente tejido. Un show que no tenía nada que envidiar a los grandes conciertos de artistas como Taylor Swift, Lady Gaga o Beyoncé. Fue una muestra contundente de la capacidad de liderazgo y ejecución de una mujer colombiana.
Nada quedó al azar. Ni la fuerte brisa en Barranquilla ni la lluvia en Bogotá pudieron empañar la experiencia. Y aunque en Medellín las cosas no salieron como se esperaba, la decisión de cancelar fue un acto de responsabilidad y control de riesgos: saber cuándo avanzar y cuándo detenerse también es parte del liderazgo. Porque no basta con soñar en grande; hay que actuar y tomar decisiones, incluso las difíciles, con la cabeza fría y los sentimientos en firme, priorizando el bienestar general.
Lo que Shakira nos muestra es algo aún más poderoso: el liderazgo requiere propósito, estrategia, disciplina y coraje. No es solo estar al frente, sino inspirar. No es solo talento, sino convertirlo en impacto real. Y ella lo hizo. Movilizó ciudades, reactivó economías. En Barranquilla, según los medios, el impacto económico fue de $ 66.800 millones de pesos. En Bogotá, $ 136.000 millones. Se movió el arte, se movieron las emociones, pero también se movieron la economía y el país.
Y mientras lo hacía, ella intentó mantenerse como ser humano. Entre ensayo y ensayo, integró a su familia, llevó a los niños de su fundación a sus conciertos, salió al Carnaval, se reencontró con su tierra. Desde la tarima de Barranquilla recordó de dónde viene, y desde la de Bogotá agradeció a la capital por ser quien es.
Lo que Shakira nos muestra es algo aún más poderoso: el liderazgo requiere propósito, estrategia, disciplina y coraje. No es solo estar al frente, sino inspirar. No es solo talento, sino convertirlo en impacto real.
Y Shakira es una entre cientos. Gabriel García Márquez, Fernando Botero, Mariana Pajón, Caterine Ibargüen, Rodolfo Llinás, Ángela Restrepo... Científicos, artistas, educadores, deportistas, escritores y tantos soñadores más que han demostrado que el talento colombiano no tiene fronteras. Nuestra historia está marcada por liderazgos que nos han llevado lejos, desde los lanceros de los Llanos que lucharon por la independencia hasta talentos emergentes como Karol G y Ángel Barajas, que caminan con paso firme hacia el futuro. Nos urgen liderazgos empáticos, responsables y comprometidos.
Porque si en el arte, el deporte y la ciencia hemos demostrado de lo que somos capaces, no es menor pedir ese mismo liderazgo inspirador en la gestión pública. Un liderazgo que una, que consolide y que piense en el bienestar general. Uno que no se imponga, sino que se gane con hechos. Con coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Mandela lo entendió: el liderazgo no es revancha, es construcción. Pudo alimentar el resentimiento y emprenderla contra los blancos, pero eligió la reconciliación. Demostró que el verdadero liderazgo no se alimenta del rencor, sino de la esperanza.
Así que propongámonos actuar con capacidad de liderazgo en nuestras vidas. Que cada vez haya más colombianos y colombianas que nos inspiren. ¿Cuántos más estamos dispuestos a trabajar con pasión y compromiso para dejar nuestra propia huella?
No hace falta un estadio lleno ni reflectores. Cada uno, desde su rincón, tiene el poder de transformar su mundo. Porque la verdadera grandeza no está solo en lo que soñamos, sino en lo que hacemos para convertirlo en realidad.