En el colegio, el profesor ve a un estudiante con la mirada perdida en el horizonte y le pregunta qué está observando. “Estoy contando los colores hasta el viernes”, responde el muchacho.
Un olor produce frío, ciertos ‘jeans’ deprimen al tacto, qué sabor tan puntiagudo. Algunas personas viven experiencias sensoriales simultáneas, llamadas sinestesias, que parecen más cosa de poesía pero, para la ciencia, se trata de fenómenos psicofisiológicos, percepciones provocadas por otras, sensaciones auditivas que se tienen, por ejemplo, al estimularse el sentido del tacto, o formas geométricas de colores que se ven al escucharse una canción.
También figura de retórica en la literatura, la sinestesia es descrita por los neurólogos como una comunicación anómala entre áreas cerebrales, un típico cruce de cables. En ese universo, Alemania puede percibirse azul, un lunes como hoy es blanco, ayer domingo fue amarillo y aquel punto, verde oscuro; el número 3 es femenino, el 7, todo lo contrario.
La sinestesia, dicen, afecta a un escaso porcentaje de la población, pero existen también sinestesias culturales percibidas por todos, como la que identifica al llamado amarillo chillón.
Grandes artistas han vivido en sinestesia. Personajes que pretenden, con sus teorías tonales, encontrar equivalencias entre sonido, color y sentimiento. Pintores como Hockney, Klee y Kandinsky, cuyas obras eran en realidad pinturas de sinfonías. Escritores como Baudelaire, Proust, Rimbaud y Nabokov. Músicos como Liszt, Messiaen y Skriabin.
El ‘croma’, entre los griegos, es palabra utilizada para identificar timbres. El brillo, empleado por los músicos para referirse a la nitidez del sonido. La textura va de la pintura a la música. Tono y armonía, todo lo contrario. El pintor Henri Rousseau decía que la escala cromática estaba entre la diatónica y la inarmónica, así como el color, entre el blanco y el negro. Newton creía que un espectro visual de siete colores discretos correspondía, de manera desconocida pero elemental, a las siete notas de la escala diatónica.
A los compositores argentinos Mores y Batistella, su tango ‘Cuartito azul’ les recordaba siempre su primer amor. Se dice que el músico cubano Armando Orefiche compuso ‘Rumba blanca’, ‘Rumba colorá’ y ‘Rumba en colores’ porque era sinestésico, como su maestro Ernesto Lecuona, que escribió ‘Noche azul’. Franz Liszt pedía a su orquesta “no tocar tan rosa”, algo que los músicos no entendían.
Como la psicología había tardado en reaccionar ante el fenómeno, muchos sinestésicos resultaron diagnosticados como esquizofrénicos, maltratados como drogadictos e internados en hospitales psiquiátricos.
Podrá parecer raro e incómodo, pero hoy, la mayoría de los sinestésicos están satisfechos con su condición. Nada tan alucinante como asistir a un concierto, escuchar... y contemplar la música.
“Cuando oigo música, veo pequeños círculos o barras de luz verticales que se hacen más blancas o más brillantes, o más plateadas, en las notas más altas, y adquieren un delicioso marrón intenso en las más bajas”, ha dicho un melómano sinestésico.
Casi todos los afectados consideran normal su forma de percibir el mundo. Hasta el momento en que se dan cuenta, casi siempre por casualidad, de que no es así. Su trastorno de percepción no resta capacidades, como sí lo hacen la ceguera o la sordera. Más bien añade segundas y terceras sensaciones, enriqueciendo la original.
Los sinestésicos poseen excelente memoria, pero no resultan tan buenos en matemáticas. Es lógico pensar que personas así, con alta percepción y sensibilidad, se dediquen al arte, aunque no siempre sus creaciones sean las mejores.
HERIBERTO FIORILLO