Tras su salida de ‘El País’ de Madrid, el prestigioso periodista británico John Carlin le dijo al colega Julio César Guzmán, de EL TIEMPO, que una historia era como un gallo.
Primero le señaló sobre el qué de su trabajo narrativo: “Cuando salgo a buscar información, rastreo todas las opciones y hablo con cualquier persona que parezca interesante entrevistar. Pero no solo eso: un cartel que vea en la pared, una flor, todos los detalles los apunto. A la hora de armar el texto, puede que uno de ellos lo ilumine todo. Una frase, una observación puede marcar la diferencia entre una buena y una excelente”.
Lo más duro, sin embargo, de la narración es, según Carlin, el cómo: “El trabajo de verdad es escribir. Lo que me ocupa más tiempo es el arranque, los dos primeros párrafos, y en ellos gasto tanto tiempo como en el resto de la historia. Una vez, un corresponsal de la BBC me dijo que una historia tenía que ser como un gallo: tener el pico duro, con mucha carne en el medio y una cola espectacular”.
Esto de la carne en el medio ha sido defendido por grandes escribidores, que ven la forma de un reportaje como un sándwich, con un principio que atrapa en presente, un final que sintetiza, concluye o deja la historia abierta al futuro, y, bueno, la pulpa de los sucesos ocurridos, la narración en sí, que va en toda la mitad.
Carlin habló de la dificultad de iniciar el texto de un relato. Sabemos de numerosos cronistas de máquina que escribían y escribían su 'lead', corrigiéndolo una y otra vez, botando hoja tras hoja, amontonándolas en la caneca o sobre el piso, hasta que llegó el computador.
En su charla con Julio César, el periodista inglés citó a Tolstói y a Naipaul, reafirmó la necesidad de pensar y pensar el encabezado hasta que se te enciende la bombilla, y, al final de su conversación con el colega local, recordó un texto maravilloso de Joseph Conrad, su prólogo magnífico a ‘El negro del Narciso’, en el que sostiene algo que también Naipaul le dijo a Carlin y que Carlin le transmitió a Julio César y que yo, releyéndolo, recuerdo a los jóvenes narradores: “Si te lo mereces y eres afortunado, lograrás llegar a los términos de tu forma de expresión”.
El único camino al merecimiento citado resulta ser el de pensar y trabajar mucho. Conrad afirma que toda obra aspirante a ese nivel estético deberá justificar su existencia en cada línea. El artista –dice– intenta siempre hacer justicia y busca siempre la verdad, sacándola a flote, como lo hacen el pensador y el científico.
Este prólogo de Joseph Conrad es un ensayo que deberían leer completo y releer en detalle los cultores de la escritura. A diferencia del mensaje de la filosofía y de la ciencia, el del arte no apela a la sabiduría ni al conocimiento sino al sentimiento, a la solidaridad humana, con efectos duraderos.
Toda novela, en opinión de Conrad, por poco que se esfuerce en llegar a ser obra de arte, se dirige al temperamento y debe ser una impresión transmitida a través de los sentidos. “Tendrá que aspirar con todas sus fuerzas a la plasticidad de la escultura, al color de la pintura, a la mágica sugestión de la música, arte supremo”, señala.
Con devoción y cuidado permanente del contorno, de la sonoridad de la frase, entre otros esfuerzos, lo deseado podría por fin lograrse, y centellear allí de pronto, furtivamente, la luz de la sugestión mágica en la trivial superficie de las que fueron pobres palabras, caducas, agotadas y desfiguradas por varios siglos de empleo negligente. Y entonces, es casi seguro, “si te lo mereces y eres afortunado”, que hayas alcanzado los términos felices de tu forma de expresión.
HERIBERTO FIORILLO