De niño devoraba historietas cómicas hasta la madrugada, la cabeza cubierta por la sábana y alumbrándome con un foco de mano para que mi madre no advirtiera mi desvelo vicioso: de Titanes planetarios a Viaje a mundos desconocidos, a El Capitán Ciencia, donde abundaban los platillos voladores y los marcianos de color verde y cabeza de medusa, con poderes de convertir en zombies a los ciudadanos de poblaciones enteras.
Que los dibujos planos de las historietas cómicas pasaran un día a tomar volumen en el mundo de la política, y aquellas fantasías llegaran a encarnar formas de ganar poder, no se me llegó a ocurrir entonces; y aún me cuesta creerlo ahora, cuando las utopías de ayer son distopías hoy. Fantasías con clientela electoral.
Ganan asientos en los parlamentos los fabricantes de fake news, los cosplayers, los influencers charlatanes, los fanáticos antivacunas. Toda la amplia y variada gama de conspiracionistas. Establecen como categoría ideológica la fantasía que apela a la ignorancia, y a la duda de los ignorantes, y sus fans y seguidores en las redes sociales se convierten en votantes, capaces de elegirlos.
Lilia Lemoine, por ejemplo, electa en Argentina diputada por La Libertad Avanza. La tierra es plana, sostiene. Y la cito textualmente: “¿Por qué los gobiernos del mundo quieren ocultarle a la humanidad que la Tierra es plana y que hay una gran pared de hielo que la circunda?”; por esa razón no hay vuelos comerciales sobre el océano Pacífico. ¿Surgirán, ahora, como contrapeso, los terraesferistas?
Establecen como categoría ideológica la fantasía que apela a la ignorancia, y a la duda de los ignorantes, y sus fans y seguidores en las redes sociales se convierten en votantes, capaces de elegirlos.
Gracias a sus méritos científicos, fue nombrada primera secretaria de la Comisión de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva en la Cámara de Diputados. Y también niega que el hombre haya llegado nunca a la Luna, otra conspiración en la que, como en tantas otras, están envueltas sectas secretas que pretenden dominar el mundo, y controlarnos. Como los esqueletos malvados contra los que luchaba el Capitán Ciencia.
Para los tiempos en que leía historietas cómicas, también circulaba entre los adultos un folleto con una estrella de David en la portada, Los protocolos de los sabios de Sion. Estaba lejos de llegar a existir la internet y había que leerlos en papel, pero este folleto de autor anónimo, que justificaba el genocidio, seguía teniendo adeptos conspiranoicos después del exterminio de los judíos en los campos de concentración. Solo estoy cruzando recuerdos.
Mis historietas cómicas no llegaban tan lejos. Yo diría que se trataba de extraterrestres bastante más inocentes. En las de hoy, que difunden las redes para miles de adeptos crédulos, las sectas que se disputan el poder mundial están entregadas a una guerra oculta feroz, los illuminati y los reptilianos, pero son capaces de aliarse para conseguir sus malvados fines. Barack Obama, por ejemplo, no es más que un reptil llegado de una lejana galaxia para disfrazarse de humano. Y lo mismo la reina de Inglaterra, que, según la teoría Quanon, murió en verdad muchos años antes, ejecutada por sentencia de un tribunal militar que la halló culpable de la muerte de la princesa Diana, y solo siguió existiendo como avatar generado por ordenadores. Cuánta envidia hubieran sentido los olvidados guionistas de aquellos cómics del siglo pasado.
Pero no es un asunto solo de historietas cómicas. La diputada Lemoine aseguró el año pasado que presentaría una ley que permitiera a los hombres renunciar a la paternidad. O sea, repudiar a un niño no deseado. Si defender que la Tierra es plana nos lleva dos mil años atrás, la legitimación de la paternidad no deseada nos devuelve al menos a la Edad Media.
Los conspiracionistas forman una amplia gama ideológica en la que militan con rabioso entusiasmo homófobos, antifeministas, xenófobos, antinmigrantes, racistas, lo cual da peso y sustancia a la extravagancia de sus fantasías, que hacen palidecer las historietas de mi infancia.
Una especie de Protocolos de los sabios de Sion elevado a su enésima potencia, y capaz por lo tanto de sembrar odio racista, división, misoginia, machismo, desprecio a las mujeres y a los homosexuales, en medio de fantasías de tercera clase que, por el momento, se convierten en votos y otorgan poder político.