La utilización de fotografías morbosas de las víctimas para ilustrar noticias puede, en ciertas ocasiones, vulnerar el derecho de la ciudadanía a ser informada de manera veraz e imparcial. Así lo explicó la Corte Constitucional, al analizar una demanda de tutela que presentó un ciudadano contra un periódico que en su primera página publicó una fotografía de un menor muerto y desmembrado.
El alto tribunal consideró que los medios de comunicación tienen derecho a informar sobre tragedias, pero ese derecho no permite que se haga un uso mercantil del dolor hasta el punto de vulnerar tanto la dignidad del ser humano cuya imagen fue reproducida como la del transeúnte que pasa por los puestos de revistas en donde dicho material es expuesto (T-259/94).
Al respecto, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) sugiere las siguientes pautas para la publicación de fotografías de hechos violentos. Primero: toda fotografía es publicable, pero su pertinencia depende del cómo (la forma como se publica, el título de la noticia, el pie de foto y el contexto) y el para qué de la publicación. Segundo: si la foto solo busca responder a un fin egoísta como la curiosidad de los lectores, aumentar la circulación, hacer burla u ofensa a las víctimas, es incorrecto publicarla. Tercero: si la foto se publica en condiciones técnicas que la convierten en denuncia, o en pieza pedagógica, o en motivo de reflexión, o en reclamo de solidaridad, es una información que se le agrega a la información de base contenida en la imagen.
No puedo estar más de acuerdo con estos lineamientos que, además, en el caso de los menores, seguramente están previstos en el Código de la Infancia y de la Adolescencia. Lo que me preocupa es su aplicación hoy, cuando las personas están constantemente expuestas a imágenes violentas, no solo en medios de comunicación escritos.
El morbo es una atracción o interés desmedido hacia lo que es considerado perturbador, prohibido o tabú, especialmente relacionado con situaciones de violencia, tragedia, o aspectos íntimos de la vida de las personas. Vende, porque apela a las emociones más intensas y primarias del ser humano, como el miedo o la curiosidad.
Pensaría, sin ser educadora, que lo único que podemos hacer para frenar esta fiebre de sensacionalismo es analizar seriamente los contenidos que consumimos, limitar voluntariamente nuestra exposición a ellos y lo más importante: participar en actividades que refuercen la empatía hacia los demás seres vivos
NATALIA TOBÓN