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El visionario que perdimos

Nos quieren devolver al pasado. Lo lograrán si no tomamos las riendas del cambio que se vislumbra.

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En las sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) de 1991, Álvaro Gómez Hurtado hacía un diagnóstico del país, en el que afirmaba: “El verdadero problema de Colombia es el régimen, no la guerrilla, ni la izquierda ni sectores contestatarios de opinión; repito, es el régimen”. Como su compañero en la comisión de justicia logré inspirarle la suficiente confianza para profundizar estos conceptos, siempre sorprendentes. 
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Agregaba que el régimen es como una mano negra que todo quiere dirigirlo, que nada se puede hacer sin él, y que tenemos una constitucionalidad y unos líderes y gobiernos sometidos a dicho régimen, que no han permitido que el país encuentre los consensos que requiere como nación; que todo les parece subversivo o contrario a lo que ellos denominan ‘democracia’.
En cuanto a la ANC afirmaba: “Somos autónomos, gozamos de una legitimidad y poder que nosotros mismos no hemos entendido. Íbamos en camino de una reforma constitucional, ese era el sentido del acuerdo inicial, y resultó que la Sala Constitucional de la Corte Suprema nos dice en una sentencia que nos corresponde hacer realidad la nueva Constitución Política de Colombia; que nos dio poderes inimaginables”. De manera que, en su concepto, el régimen había perdido por primera vez la capacidad de manejar todos los escenarios de decisión política. Agregaba: “Por esa razón, luego de finalizada la constituyente, el régimen tratará de frenar su implementación, ahí es donde vamos a saber si seremos capaces de impedirlo”.
Gómez era un hombre brillante; desde su posición conservadora y de derecha entendía claramente lo que pasaba en el país y lo que sucedería si no cambiaba el estado de cosas que existía y aún persiste.
Lamentablemente se han cumplido todos sus pronósticos: en estos treinta años largos hemos visto cómo se ha pretendido desmontar la Constitución. Por suerte, es tan sólida que ha podido sortear esos intentos, mientras mantiene el espíritu que la ha convertido en norma avanzada en el concierto latinoamericano.
Ventilo ahora algunas de sus ideas, porque Gómez nos enseñó a leer muy bien la realidad del país. A propósito, no creo que su pariente —quien hoy se presenta como el continuador de su ideario al rescatar la personería del partido Salvación Nacional— sea el mejor exponente de este pensamiento. Lo veo mejor como un hábil paracaidista de la actual contienda electoral. Percibo aquí una envolvente maniobra para ajustar la normativa a un proyecto retrógrado y reaccionario en todo sentido.
Los problemas derivados de la corrupción generalizada están en la órbita del propio gobierno, de los proyectos estratégicos que desarrolla, de la clase política que no quiere cambiar.
Ahora bien, hay que analizar lo que pasa con los organismos de control, convertidos en puertas giratorias para que el Ejecutivo pueda actuar a conveniencia. Parece que solo intervienen en casos que no afecten su relación con el Gobierno y su coro más cercano, o con el partido de gobierno que en muchas de sus acciones ha mancillado la Constitución.
Los problemas derivados de la corrupción generalizada están en la órbita del propio gobierno, de los proyectos estratégicos que desarrolla con empresas afines, de la clase política que no quiere cambiar y sigue con la mentalidad de volver al pasado, de la compraventa de votos evidente en el actual proceso electoral, de las investigaciones inconclusas o que terminan señalando como responsables a actores de segundo o tercer nivel.
¿Y qué es para ellos la defensa de la democracia? Con frecuencia pisotean sus cimientos, o tergiversan sus contenidos y procedimientos, mientras nos asustan con el sambenito de que como país podríamos terminar igual o peor que Venezuela, cuando aquí pasan cosas peores.
Es totalmente antidemocrática la pretensión de atajar, empantanar o desmontar el Sistema de Verdad, Justicia, Reparación y no Repetición, derivado de los acuerdos de paz que hoy hacen parte de nuestro bagaje constitucional.
El presidente Duque dice que acoge los acuerdos, pero como no logró hacerlos trizas, y la comunidad internacional vigila su ejecución y resultados, ahora dice que quiere la verdad de los guerrilleros desmovilizados. Al tiempo, llama a la impunidad en los casos de los 6.402 ‘falsos positivos’ registrados por la JEP, mientras guarda silencio acerca de los frecuentes asesinatos de líderes sociales y el aumento de los desplazamientos y masacres que habíamos superado con el acuerdo de paz. Además, no deja funcionar la entidad que se ocupa de la búsqueda de personas desaparecidas, que según estadísticas pasan de cien mil en todo el país.
Se repite la historia, y nos quieren volver a llevar al pasado. Lo lograrán si no tomamos las riendas del cambio que por fortuna parece vislumbrarse. Esperamos que los próximos escenarios electorales marquen definitivamente el nuevo rumbo que el país necesita, para que podamos dar otra estocada al régimen, clamor insistente del visionario que perdimos, el doctor Álvaro Gómez Hurtado.
JAIME FAJARDO LANDAETA

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