Nadie quisiera estar en los zapatos de Italia, España, quizás ni de Estados Unidos y menos de Ecuador, un país asediado por escenas dantescas de muertos tirados en las calles, en bancarrota y que pronto se vería forzado a abandonar el dólar. Nadie quiere luchar contra un enemigo invisible que podría llevarse por delante hasta la democracia en varios países de América Latina.
Pero tampoco se puede echar nafta al fuego apocalíptico y menos convertir la audacia en actuaciones ligeras e imprudentes, como las de Claudia López en Bogotá. Una cuarentena por sí sola no aplana la curva de contagio, cuando la población vulnerable a la que López prometió dar comida y abrigo, y no los tienen, están en la calle, como en el barrio Santa Fe.
A punta de subsidios bien distribuidos, Bogotá pudiera aguantar hasta junio, pero me temo que no es el caso de Soacha y muchos otros municipios. ¿Tiene sentido un aislamiento prolongado en Bogotá sin que su vecino pueda aplicarlo con rigor? ¿Se extenderá nuevamente en junio o se aflojará con el riesgo de un rebrote en un país empobrecido? ¿Se permitirá que la gente vaya en TransMilenio como en una lata de salchichas?
Casos exitosos de contención de la pandemia, como Corea del Sur, Singapur, Japón o Taiwán, recurren a medidas de distanciamiento social, cuarentenas voluntarias, suspensión de reuniones masivas, uso de tapabocas y, sobre todo, pruebas de detección masiva porque el peligro son los miles de contagiados asintomáticos.
Claro, la presteza o la improvisación de la alcaldesa López no llegó sola. Como si fuera John Maynard Keynes recomendó apagar la economía tres meses y prepararnos para una de guerra. Eso sin ningún palmarés hacendístico, aunque tal vez sí lo tiene, pues empujó al país a gastarse 350.000 millones de pesos en una consulta anticorrupción que le sirvió de precampaña a la alcaldía. Recursos que ahora servirían para alimentar 300.000 familias o un millón de bogotanos pobres durante 3 meses. Pero era tan inocua la tal consulta que no quiso aplicar el punto 4, aunque, eso sí, no dudó en maquillarlo en su programa de gobierno para ajustarlo a una figura de participación ciudadana ya existente en la ciudad.
Son esas mismas credenciales financieras las que ahora llevan al gobierno capitalino a endeudar más a la ciudad, dizque para afrontar la crisis de la pandemia, aunque en realidad ya venían machacando en el borrador del plan de desarrollo la vieja fórmula de vivir al debe. Ojalá no entreguen la ciudad endeudada hasta el cuello, porque se van a descolgar los impuestos a la actividad económica y los indicadores de deuda pública están empeorando.
Cuando de lo que se debería estar hablando es de una reindustrialización por vía de sustitución de importaciones, el bosquejo del plan de desarrollo está atiborrado de subsidios, de propósitos que no los entiende ni Mandrake (página 11) y de términos glamurosos como economías de aglomeración y aglomeraciones productivas sin decir cómo ni con quién. ¿Será que el nuevo contrato social de la alcaldesa López para la clase media es un subsidio de 423.000 pesos?
Muy bien que la alcaldesa pida la extensión de la cuarentena hasta junio —y más, si quiere—, pero quizás sea preferible pensar antes de hablar, ejecutar y combinar con otras fórmulas porque a quien quiere fungir como presidenta para la pandemia se le olvidan muchas cosas. Son billones los que se van a requerir para tapar el hueco financiero que ocasionará TransMilenio y el SITP, la caída del recaudo podría no tener parangón, lo mismo que el quiebre de empresas, el desempleo y la crisis alimentaria, todas condiciones propias para un disparo de la criminalidad. Desde el primer gobierno de izquierda, todos los alcaldes de la ciudad se dieron el lujo de gastar a sus anchas, sin esforzarse por crear un solo empleo, pero López tendrá una verdadera bomba social que solo con micrófono será difícil de desactivar.
John Mario González