El asunto luce tan complicado que podríamos estar como ‘ovejas al matadero’. Es que es posible, como lo dijera el expresidente Carlos Andrés Pérez, el 13 de agosto de 1998, que “el pueblo no esté votando por un presidente, sino por un vengador, alguien que venga a destruir esto. Eso es lo que está diciendo la gente, que no les importa, que Hugo Chávez va a acabar con esta vaina.
Ahora bien, si existe margen de maniobra para revertir, y de lo que se trata es de medir realmente el estado de opinión y de anticipar tendencias, la verdad tiene que ser la que es, por difícil que parezca. Eso exige a los candidatos presidenciales rezagados ajustar estrategias, afinar el mensaje y, sobre todo, no caer en infundadas y contraproducentes autocomplacencias.
No se puede cometer el error de Literary Digest de confundir sus dos millones de suscriptores más pudientes que la mayoría de los estadounidenses durante la Gran Depresión, con el perfil socioeconómico promedio de los electores. El pronóstico entonces de triunfo del republicano Alf Landon sobre el demócrata Franklin Delano Roosevelt en 1936 resultó un total fiasco. Un yerro que, sin embargo, se aprovechó para refinar las metodologías y desencadenar el posterior auge de las encuestas electorales.
Es como si estuvieran haciendo todo lo necesario para elegir al candidato radical.
Pero en el momento actual, cuando la democracia colombiana enfrenta enemigos internos poderosos, dispuestos a desmantelarla, incurrir en errores metodológicos o de presentación, puede enterrar a las encuestas electorales en el cementerio de la incredulidad y la sospecha. Máxime cuando algunas de sus técnicas son cuestionadas. Los sondeos telefónicos introducen un sesgo, ya que con la irrupción de la telefonía móvil y la desaparición de los directorios telefónicos se complica definir el perfil socioeconómico, la ubicación y hasta permiso se requiere para llamar. Si se acude a teléfonos fijos, de entrada, hay una desviación por la sobrerrepresentación de los mayores y subrepresentación de los más jóvenes.
Es muy curioso que un encuestador dijera que “ha hecho varias encuestas financiadas por ellos mismos, con el fin de ir adquiriendo experiencia” (La Silla Vacía, 21 de noviembre de 2018), y tres años y medio después siga en el mismo altruista propósito. Más cuando los costos se disparan por el elevadísimo rechazo a las llamadas.
El asunto viene a colación porque, si se revisa, en la Costa Caribe, a pesar de las poderosas maquinarias, Gustavo Petro ganó en seis de los siete departamentos. En Atlántico perdió por 65.000 votos frente a Alex Char. Pero sin este y Barguil en el tarjetón es alto el riesgo que Petro se quede con una aplastante mayoría en la región, lo mismo que en la Pacífica y Putumayo. Con algunos matices, algo similar ocurre en Bogotá.
La pregunta entonces es: ¿Dónde podría Federico Gutiérrez recortar, en principio, las diferencias? Pues en la zona andina y oriental del país. Pero ahí es donde aparecen nuevas complicaciones. Departamentos como Santander, Cundinamarca, Boyacá, Meta, Arauca, algunos donde Iván Duque dobló a Petro en 2018, el panorama luce hoy muy distinto e incluso apremiante. Y óigase bien, también Tolima y Huila, donde Uribe no ha perdido una elección presidencial desde 2002.
Ese nuevo escenario, auscultado con expertos en cada territorio, es reflejo o lo explican, entre algunos de los numerosos factores, el resultado del Pacto Histórico y los Verdes en las parlamentarias de Santander, Cundinamarca, Meta, Tolima y Huila, o el apoyo a Petro de muchos liberales y hasta de un significativo grupo de conservadores en este último departamento. No parece entonces plausible que el censo electoral de Antioquia, el Eje Cafetero, Norte de Santander, Casanare y Caquetá pueda siquiera alcanzar para nivelar la cancha.
En todo caso, aunque el escenario luzca cuesta arriba, no se puede permitir que la fe y la reciedumbre sean reemplazadas por la desesperación o el derrotismo. Simplemente, comenzar por cierto realismo, porque tampoco se puede permitir que se propague la perniciosa idea de que se trata de la estrategia del abatimiento, de animar a unos y desanimar a otros. Como si no fuera suficiente con el derribo de la confianza en la Registraduría o la intervención a ultranza y sin recato del gobierno nacional en la campaña, porque es como si estuvieran haciendo todo lo necesario para elegir al candidato radical.
JOHN MARIO GONZÁLEZ