Tal vez porque no siempre es fácil desentrañar los copiosos entresijos del gobierno y la cosa pública, los planes de desarrollo no suelen recibir escrutinio de la opinión pública, no obstante que son reveladores. En el caso de Bogotá, lo aprobado recientemente refleja una ciudad sin dirección, con una enorme diferencia entre el efectismo de lo pregonado y su contenido. También demuestra que el millonario costo de los concejales y sus asesores de poco sirve para que aumenten su nivel de lectura, o que están muy ‘enmermelados’ para omitir la burda manufactura y errores del Plan de Desarrollo.
Y me explico. En primer lugar, y desde lo básico formal, el diagnóstico es un documento de 618 páginas, más las del articulado, pero que parece un copiar y pegar, con una presentación fofa que no se corresponde. Hasta olvidaron cambiar los tipos de letra, como en la página 35 y subsiguientes; con un logro ininteligible en la 144, lleno de datos sin desarrollo; con un acápite sobre empleabilidad que parece escrito por un estudiante, o que confunde tasa de desempleo con crecimiento, como en la 221. Un documento con saltos de tema y hasta contradicciones y errores en una misma página, como en la 238 sobre inversión extranjera.
En segundo lugar, el plan adopta una referencia de crecimiento de -4,2 por ciento en 2020, un escenario con dos meses de aislamiento, los cuales ya se advertía que se desbordarían, al momento de su presentación, y cuando Fedesarrollo planteaba la posibilidad de un -7,9 por ciento nacional. Pero lo desaliñado es porque establece un objetivo de pobreza de 11,4 por ciento, cuando el mismo documento señala, en las páginas 539 y 540, que eso sería a partir de un crecimiento de 0,8 por ciento en 2020.
Ese mismo nivel de pulcritud se advierte en las metas del SITP; de reducción del gasto en transporte público para los estratos uno y dos, de generación de empleo y reactivación económica. Incluso del metro, cuyo anuncio de extenderlo hasta la calle 100 desapareció por arte de magia, el sin que se mencione quién pagará los platos rotos de los estudios ya contratados.
En tercer lugar, el plan está desfinanciado, comenzando por la muy optimista meta de que el recaudo caiga solo un billón de pesos anualmente. Pero, más aún, no es cierto que contenga una inversión de 109 billones de pesos. Hay que restarle el ardid de sumar 19,2 billones de supuestas inversiones del quinto año, cuando el mandato es de cuatro. Además, incluyen 6,18 billones de fuentes privadas, que nunca se han alcanzado y, en las actuales circunstancias, suenan casi imposibles.
También contabilizan 15,2 billones de participaciones a 2023, luego de aplicarles un crecimiento real anual de 4 y 5 por ciento, como si los ingresos tributarios de la nación no cayeran estrepitosamente. Mucha gracia sería que el Gobierno no redujera las participaciones del Distrito por la disminución de 900.000 habitantes en Bogotá en el censo de 2018. Sucede lo mismo con los 1,5 billones de cobros por congestión y contribución a parqueaderos; los 9,9 billones de recursos de capital, casi el doble del plan pasado, y, hasta lo que parece más fácil, el endeudamiento por 10,8 billones. ¿Qué sentido tiene, qué certeza de reactivación puede otorgar el hablar de inversiones por 109 billones que se sabe serán trasquiladas dramáticamente?
Eso sí, la alcaldesa no pierde oportunidad de hacer política. Reetiquetó todos los subsidios del Distrito con la marca ‘ingreso mínimo garantizado’, hasta incluyó los bonos canjeables, subsidios en servicios públicos y de transporte, para luego calificar de error que el Gobierno no hubiera apoyado la idea. Muy creativo, porque la Cepal, en su informe del 12 de mayo, nunca creyó que alguien pueda sobrevivir con un subsidio a los servicios. Por si fuera poco, vendió la idea de que va a redistribuir y disminuir el tiempo que las mujeres invierten en actividades de cuidado sin remuneración, el famoso Sistema Distrital de Cuidado. Algo muy loable, pero que producirá decepción porque su concepción chavista olvida que no se hace por decreto. Se hace con honestidad, ejecutando y creando empleo. Ay Dios mío, pobre Bogotá.
John Mario González