Si fuera por su fama, invocaciones a la Madre Teresa, relaciones con la Iglesia o poder, Giulio Andreotti hubiera sido santificado tan pronto falleció. Fue siete veces primer ministro de Italia, ministro de Defensa, de Asuntos Exteriores y Economía, senador vitalicio; tal vez el mayor referente de la política italiana de posguerra, por encima de De Gasperi o Aldo Moro. Al igual que a Uribe, no le faltaron defensores desde cardenales, ministros y columnistas, que expresaron su estupor e indignación; que proclamaron su inocencia, víctima de una retaliación estúpida y conspiración judicial. Pero Andreotti también era el amo de las sombras. Como instigador del asesinato del periodista ‘Mino’ Pecorelli, del presidente de Sicilia, Piersanti Mattarella, y de décadas de connivencia con la mafia siciliana. Aunque fue procesado, terminó absuelto por prescripción, como muchas veces ocurre en la historia judicial italiana.
Pero el Belcebú o genio malvado italiano tal vez se vería abrumado con los nebulosos hechos y personajes que han rodeado al expresidente Uribe y que cuestiona el senador Iván Cepeda, inicialmente en su libro 'A las puertas de El Ubérrimo', a pesar de sus odas comunistas. Después, con un apabullante debate en el Congreso el 17 de septiembre de 2014, en el que, empero algunos testimonios insostenibles, como el de alias el Indio, el senador Cepeda abunda en un entorno de relaciones sociales y comerciales con el narcotráfico del expresidente. Eso que el país no hurga sobre los oscuros hechos del caso de alias Tasmania, que también lo involucraron y los presuntos delitos aún no prescritos.
Era pues el reemplazo de la política por el recurso de lo siniestro no responder a los señalamientos por su presunta participación en la conformación del bloque Metro en la hacienda Guacharacas y más bien acudir a denunciar, con pruebas falsas, al senador Cepeda.
No se trata entonces del robo de dos chocolatinas en un supermercado ni que la Corte Suprema expidiera una medida de aseguramiento cualquiera, si así se pudiera degradar. Se trata de claves que pueden arrojar luces sobre cómo ha sido el proceso de obtención, acumulación y mantenimiento del poder en Colombia en las últimas décadas. Se trata de un truculento proceso por soborno y fraude procesal contra el expresidente, como determinador, en el que donde se pone el dedo salta pus, y en el que habría que preguntarse por qué a Uribe lo rodean tantos ‘abogansters’, exparamilitares, falsos testigos y exconvictos.
Claro que con la nueva doctrina del presidente Duque la justicia es para los de ruana, porque cualquiera que haya ocupado la presidencia debe defenderse en libertad. Y como hay exguerrilleros en el Congreso, con delitos atroces, entonces hay que ser permisivos si un expresidente estuviera involucrado en unos cuantos secuestros y asesinatos, más si acude a todos los llamados de la justicia. Con la nueva doctrina, le salimos a deber a Samper, que tanto se le fustigó por la fruslería de su campaña. Qué pérfidos mensajes e hipérboles de la justicia se les están enviando a los jóvenes y a las futuras generaciones.
Y que conste que no hago apología del senador Cepeda, quien me parece muy valiente, pero curioso que diga que el paramilitarismo creó un aparato de muerte sobre el cual se llegó a la cúspide del poder en Colombia, lo cual es cierto, pero no haga autocrítica sobre la montaña de dolor, asesinatos y secuestros de las Farc, de la que su padre fue cómplice como paladín de la combinación de todas las formas de lucha.
Aunque tenga 90 años y haya perdido la memoria, así lo describe otro histórico del partido comunista, Álvaro Delgado, en su libro Todo tiempo pasado fue peor. También Steven Dudley, en su libro Armas y urnas, quien junto con Jeremy McDermott son los acuciosos fundadores de InSight Crime. Una conducta de vida ilegal que, quiérase o no, benefició al hoy senador Cepeda.
El país exige justicia y también claridades, vengan de donde vengan, porque si no, habrá muchos Andreotti que, como decía el ex primer ministro italiano Aldo Moro, antes de morir en su secuestro, ocupen el poder para hacer el mal.
John Mario González