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La Copa de antes y la de ahora

La diferencia, abismal, es que antes todos los fenómenos que surgían permanecían en el continente.

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COLUMNISTA Y CRÍTICO DEPORTIVOActualizado:

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Este martes vuelve la Libertadores a Colombia con Águilas Doradas-Bragantino y el miércoles con Atlético Nacional enfrentando a su homónimo paraguayo. Eterna será la discusión entre el ayer y el hoy en el fútbol, si antes era más atractivo y técnico que el de hoy, si el de hoy es más físico.
La realidad es que la técnica actual es insuperable porque se da en un contexto de mayor dificultad. Con atletas superentrenados que marcan a centímetros, con la velocidad que impera en cada maniobra y con defensas muy informados acerca de las virtudes del adversario igual se ven proezas técnicas y goles espectaculares. Sin ir un siglo atrás, volvemos a ver en videos el Mundial de México 70 y notamos que los jugadores recibían el balón y tenían enormes espacios por delante y bastante tiempo para controlar y decidir cuál era la opción de juego más conveniente. Y el ritmo lento permitía el lucimiento individual. Además, se sabía poco del rival, una ventaja para el atacante. Si un lateral enfrentaba a Garrincha y no lo había visto nunca, hasta que captaba cómo enfrentarlo el otro ya lo había pasado veinte veces. No se trata de demeritar a los futbolistas de entonces, sino de puntualizar algo concreto. Lo que no puede alcanzar el presente es el romanticismo y la naturalidad de aquellos tiempos. Pero la evolución es indiscutible.
Con la Copa Libertadores sucede un fenómeno inverso: ahora no es tan problemática porque sus protagonistas tienen menos jerarquía. No porque antiguamente se jugara mejor en ella, sino que todos los grandes futbolistas sudamericanos estaban aquí. Un buen ejemplo es el de Argentina en el Mundial 66: llevó un equipo formidable, que empató 0-0 con Alemania y cayó apenas 1-0 con Inglaterra, los dos finalistas; los 22 integrantes de la Albiceleste actuaban en la Argentina. Ahora, del equipo campeón de Scaloni en Catar 2022 solo un miembro milita en el medio local: Armani, de River, segundo arquero detrás de ‘Dibu’ Martínez. Uno sobre 26. Lo mismo vale para las demás selecciones sudamericanas. La realidad económica continental hace que todas las figuras emigren. Hasta los regulares se van. Y animan la Copa los que serían los suplentes de los suplentes. Es casi imposible retener a un bueno-bueno. Ni Flamengo ni Boca ni River, ningún club brasileño o argentino, por poderoso que sea, puede contar con un gran jugador más de un año y medio o dos.
La sangría perjudica especialmente a los equipos de Argentina, Brasil y Uruguay, porque todos sus jugadores, hasta los más o menos, se van a Europa o a otros mercados donde les ofrecen contratos millonarios. Dan una considerable ventaja en las competencias regionales. A nivel de selecciones es otra historia: ahí sí pueden alinear a los mejores. Ejemplo práctico: el tridente más brillante de la historia de Uruguay fue el de Suárez, Forlán y Cavani. Suárez entró 15 minutos en un partido de Nacional 2005, tenía apenas 18 años; Forlan actuó en tres cotejos con Peñarol en 2016, ya con 37 calendarios encima; Cavani la jugó para Boca con 36 años, el único de los tres que marcó un gol. O sea, casi no jugaron la Copa. No en plenitud.
Antes no era sencillo ganar la Libertadores. Había puñados de cracs en cada club uruguayo, argentino o brasileño, incluso chileno o peruano. Ni hablar de los tiempos del poderoso América de Cali de Ochoa Uribe. Y nadie emigraba, hacían toda su carrera acá. Quien jugaba contra Palmeiras sabía que se iba a tener que enfrentar a Ademir da Guía, Luís Pereira, Leivinha, Leão, Dudú… Eran fenomenales, y jugaban diez, quince años en cada club. Medirse contra Universitario era tener adelante a Chumpitaz, Chale, Muñante, Cachito Ramírez, Cruzado, Percy Rojas… Hoy juegan once NN.
La Conmebol homenajeó recientemente a Independiente por sus 7 títulos, una hazaña notable, realzada por un detalle no menor: jugó 7 finales y ganó las 7. Bochini, Bertoni y Burruchaga fueron los receptores de la distinción en nombre del club. Durante la cena, mientras se desgranaba el sorteo, surgió el tema de debate: ¿era más fácil antiguamente ganar la Copa? “Porque ahora el campeón debe jugar desde el arranque, son 13 partidos, y antes entraba en semifinal”, dijo alguien.
“Sí, pero antes jugabas contra equipos que eran máquinas, no como ahora”, replicó Bochini. “Peñarol y Nacional tenían 7 u 8 jugadores cada uno en la Selección uruguaya, que era tremenda. Aparte, las semifinales eran triangulares. A Independiente en el 75 le tocó un grupo con Rosario Central y Cruzeiro. En Central jugaba el mejor Kempes de la historia, los hermanos Killer y Pascuttini en defensa, Bóveda... Y el Cruzeiro histórico con Dirceu Lopes, Nelinho, Wilson Piazza, Joãozinho, Palhinha, Raúl en el arco... Ese equipo perdió con nosotros, pero al año siguiente fue campeón, y en el 77 llegó a la final de nuevo, con Boca”.
Para el Mundial de México 70, Uruguay —terminó cuarto— armó una selección poderosa, con 9 futbolistas de Nacional y 8 de Peñarol. Figuraban entre ellos Ubiña, Anchetta, Mugica, Montero Castillo, Cubilla, Espárrago, Julio César Morales por los tricolores; Mazurkiewicz, Caetano, Rocha, Cortés, Matosas por los aurinegros, que además contaban en sus filas con tres extranjeros excepcionales, el ecuatoriano Alberto Spencer, el chileno Elías Figueroa y el argentino Ermindo Onega. Por su parte, los foráneos de Nacional eran los brasileños Manga y Celio Taveira, y el sensacional Luis Artime. Contra esos equipos se jugaba en la Copa. De los actuales jugadores de Peñarol y Nacional ninguno integra la Celeste.
Chile fue al Mundial 74 con toda la base del inolvidable Colo del 73, que perdió la final con Independiente. Estaban Caszely (extraordinario puntero derecho), ‘Chamaco’ Valdés, Ahumada, el ‘Pollo’ Véliz, Leonel Herrera, Galindo... Para llegar a la final, el Cacique tuvo que eliminar a un grandísimo Botafogo, que alineaba a Brito, zaguero titular de Brasil en Inglaterra 66 y México 70; a Dirceu, triple mundialista y dueño de una zurda de oro; a Zequinha, que sumó 58 partidos en la Selección brasileña; a un monstruo de la historia: Jairzinho, todavía con 28 años; a Marinho Chagas, el célebre lateral izquierdo rubio que era un espectáculo por sí solo. A todos ellos se sumaba un extranjero de excepción: el ‘Lobo’ Fischer, potentísimo goleador proveniente de San Lorenzo.
Ese equipazo ni siquiera pudo llegar a la final. Así eran todos los representantes del Atlántico. Los del Pacífico tenían mínimas chances, aunque hubo formaciones muy fuertes, como el Universitario del 72 y ese Colo del 73. Jugando 13 partidos, como ahora, o 7 en el caso del campeón vigente que entraba en semifinales, ganar la Copa era una epopeya.
Hay una docena de aspectos en los que la Copa ha mejorado sensiblemente. Los campos son excelentes, hay más garantías para el visitante, el arbitraje se ha superado; hay VAR, la televisación es un fiscal excelente, la preparación física es casi de ciencia ficción, todo lo que rodea al juego ha progresado. Y el fútbol creció en todos los países. La diferencia, abismal, es que antes todos los fenómenos que surgían en Sudamérica —y eran muchísimos— permanecían en el continente, o al menos iban a Europa después de 8 o 9 años de carrera aquí. Ahora parten casi adolescentes y se juega con los que quedan. Otrora el fútbol sudamericano era el más fuerte y encantador del mundo. Y no se televisaba la Champions League, que hace más dura la comparación.
Como solía decir El Veco, amigo entrañable, periodista de los grandes, “antes, para ganar había que tener póker de ases, hoy con un ‘full’ alcanza”. Al menos en la Copa.
JORGE BARRAZA

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