El mismo día que los delegados departamentales de la Federación Nacional de Cafeteros se reunían en Bogotá con varios del Gobierno Nacional, en Pitalito, Huila, el presidente Gustavo Petro se encontraba con un grupo de pequeños caficultores de diferentes cooperativas y asociaciones. Mientras en la capital parecía haber un ambiente de respeto y construcción colectiva, en el sur del país los mensajes iban por otro lado: el primer mandatario cuestionaba la legitimidad de los actuales dirigentes cafeteros y amenazaba con acabar con el contrato del Fondo Nacional del Café.
Un delegado del Gobierno que asistió a la reunión de la Federación en Bogotá me dijo, horas después: “Duramos todo un día generando acuerdos y conversando en medio de las diferencias, y con un discurso de 53 minutos del Presidente quedó minada la confianza entre las partes. ¿Así cómo? ¡Dígame, así cómo hacemos!”.
Por eso ahora, que vuelve a hablarse de un “acuerdo nacional”, conviene hacer varias reflexiones en el plano metodológico, pero también plantear algunas apreciaciones de fondo. Lo primero es que el Presidente necesita hablar más con sus funcionarios. No puede haber dos discursos y, sobre todo, no puede profundizarse el ambiente de incertidumbre en el que una cosa es la que dicen los ministros y otra, la que dice y hace el Presidente. La búsqueda de la sindéresis dentro del Gobierno es una tarea urgente en la que personas cercanas al mandatario como Carlos Ramón González, Vladimir Fernández y Augusto Rodríguez deben ayudar.
Lo segundo es que no puede seguir segmentándose la conversación. Gustavo Petro tiene la suficiente capacidad de convocatoria para juntar en un mismo escenario a los 300 de las cooperativas con los que se vio en el Huila y a los delegados que hacen parte de la Federación, gerenciada hoy por Germán Bahamón. De hecho, sería un ejercicio histórico que el Presidente lidere esos diálogos y junte a todas las partes para unir a Colombia, de verdad.
Los sindicatos y los empresarios se reúnen cada año para discutir el salario mínimo y, en ocasiones, como ocurrió en 2022, se ponen de acuerdo en la definición de esa cifra. ¿Cómo no va a ser posible y deseable que se vean para llegar a acuerdos frente a una reforma laboral o pensional, de la misma manera que sería tremendamente positivo que médicos, enfermeras, representantes de las EPS, gerentes de hospitales públicos y clínicas privadas pudieran dialogar en sesiones acotadas, lideradas por el propio residente en alguna región del país?
Lo tercero: ¿le interesa hacer eso a Petro? No lo sé, pero tengo claro que la concertación les conviene a él y al país en este momento en que la gobernabilidad está enredada y la popularidad mermada. Quienes se han proyectado como líderes globales lo han hecho en buena parte por la capacidad que han tenido de fomentar los diálogos entre contrarios y llegar a conclusiones potentes pensando no en las próximas elecciones, sino en las próximas generaciones, como dirían Bismarck y, más tarde, Churchill.
Del “acuerdo nacional” han hablado casi todos los presidentes, pero a Gustavo Petro le resulta urgente y al país necesario plantear la conversación en estos términos. Ayudaría a la economía a crecer, porque les daría confianza a los diferentes actores, haría viables las reformas del Presidente que hoy lucen empantanadas y demostraría que la concertación siempre será mejor camino que la radicalización o la imposición unilateral de agendas de odio o cargadas de revanchismo.
Es mejor una mesa ancha que varias mesas pequeñas separadas que se dan la espalda y no se oyen. El acuerdo nacional es difícil pero necesario. En sus manos está, presidente Petro.
JOSÉ MANUEL ACEVEDO M.