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55 años de una buena novela: 'La solterona'

La crítica literaria la catalogó entonces como una novela moderna, con un excelente narrador.

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El Premio Esso de Novela Colombiana, que en 1961 ganó Gabriel García Márquez con La mala hora, lo obtuvo en 1968 Alberto Duque López con Mateo el flautista, una novela experimental desde el punto de vista técnico. Ese mismo año participó en el concurso Benhur Sánchez Suárez, un escritor nacido en Pitalito (Huila), con La solterona. La historia de Rosario Elena, una joven mujer que para alimentar sus fantasías sexuales lee a escondidas de la mamá novelas eróticas, ocupó el segundo puesto. Por esta razón, al año siguiente (1969) fue publicada en la Biblioteca de Escritores Huilenses. La crítica literaria la catalogó entonces como una novela moderna, donde se revelaba un excelente narrador. Los lectores se sorprendieron con la juventud de su autor: veintitrés años de edad.
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La solterona cumple este año cincuenta y cinco años de haber sido publicada. Cuando se cumplieron cincuenta, Caza de Libros, una editorial de Ibagué, lanzó una edición conmemorativa, con una carátula donde sobre un fondo verde aparece una mesa de comedor cubierta con un mantel blanco, y una sola silla. Benhur Sánchez Suárez la escribió cuando tenía veinte años. Hay que decirlo: en Colombia son pocas las novelas a las que se les hace una edición conmemorativa. Esta suerte la han tenido, entre otras, La rebelión de las ratas, de Fernando Soto Aparicio; Cóndores no entierran todos los días, de Gustavo Álvarez Gardeazábal; Cien años de soledad, de García Márquez; La marquesa de Yolombó, de Tomas Carrasquilla; María, de Jorge Isaacs; y La vorágine, de José Eustasio Rivera.
¿Cuál fue la razón para que el jurado del Premio Esso escogiera La solterona como merecedora del segundo puesto? En primer lugar, la calidad narrativa. Desde la primera página, la novela atrae al lector por su lenguaje fresco, por el manejo psicológico de los personajes y por la buena ambientación de esa casa donde transcurre la historia. En segundo lugar, porque desde las primeras líneas se advierte un narrador que no deja escapar detalle en la actitud de ese personaje femenino frente a las circunstancias que vive. Para Benhur Sánchez Suárez lo importante al contar una historia es lograr convencer al lector de que los hechos narrados tienen verosimilitud. Detenerse en qué cosas hay dentro de la casa le proporciona al relato consistencia descriptiva.
Sorprende que, a la edad de veinte años, cuando apenas se está aprendiendo en buenos escritores formas ágiles de narrar, alguien escriba una novela con calidad literaria.
En una tesis escrita por Sonia Milena Rivera Parra para optar al título de Magíster en literatura de la Universidad Pedagógica de Pereira se dice que, a través de La solterona, “mediante un trabajo riguroso con el lenguaje, los juegos narrativos y la construcción de una propuesta estética”, Benhur Sánchez Suárez logra una revalorización del papel que ha cumplido la mujer en la novela colombiana. En este sentido, hay que decir que La solterona cumple un propósito claro: mostrar la vida de una mujer que, por no haberse casado, está encerrada en una casa, sola, viviendo la angustia de no tener un esposo con quien compartir su vida. El autor explora aquí la conducta humana de una mujer que no tiene más aliciente que soñar con tener a su lado a un hombre que le brinde amor.
Rosario Elena tiene una hermana. Se llama Clara, y tiene por costumbre sentarse en una mecedora, en el balcón, a hacer tejidos. Un día, al llevarle la hermana un café a la sala donde está con Rigoberto, el novio, los ve “besándose convulsionados, una mano de él perdida en la falda de su hermana y una de ella apretándole el pantalón a la altura de la bragueta”. Esta escena, que ella observa desde la puerta sin que la pareja se dé cuenta, la lleva a imaginarse en una situación igual. “Casi que sentía el mismo goce que su hermana cuando él dejaba perder su mano en las profundidades de su falda”, dice el narrador omnisciente. Desde entonces empezó a soñar con un hombre vestido de negro que, mientras la besaba, ella dejaba “que sus manos juguetearan en medio de sus piernas”.
Es en ese momento cuando surge en Rosario Elena esa necesidad de sentirse acariciada. Su cuerpo le pedía placer. Dolida porque ella no podía vivir esas experiencias, le dijo a Clara que Rigoberto no le convenía. Por esta razón, la hermana la llamó vejestorio, anciana, beata. Es cuando decide inventar que fue violada por un hombre que vestía de negro, que entró a la casa después de tocar el portón. Ella sostiene la mentira porque no quiere pasar como una mujer sin alguna experiencia sexual. Sin embargo, el andamiaje sobre el que construye la mentira se le cae. Se debe resignar, entonces, con convertirse en la tía que cuida a los sobrinos. Rosario Elena no sabe ni siquiera cocinar; la mamá nunca se lo enseñó. La casa mantiene en desorden, y hasta deja descomponer los alimentos.
En La solterona, una novela escrita con un lenguaje acariciante, Benhur Sánchez Suárez explora la conducta humana de una mujer solitaria que se resigna a no sentirse amada. El autor interioriza el alma del personaje para narrar cómo vive esa soledad en la casa que a su muerte les dejó la mamá, a la que después de casada su hermana Clara nunca volvió. En esa casa adornada con macetas de flores, con una alcoba grande y “un corredor con olor a cementerio” Rosario Elena vive en una soledad plagada de silencios, alejada del mundo exterior, sin comunicación con nadie. Es una mujer que vive llena de ansiedad, intranquila, cerrada en su propio mundo, sin anhelos ni proyectos. En la tesis antes citada se dice que se siente frustrada, atormentada en el alma, sin alegría interior.
Sorprende que, a la edad de veinte años, cuando apenas se está aprendiendo en buenos escritores formas ágiles de narrar, alguien escriba una novela con calidad literaria. La verdad, Benhur Sánchez alcanzó la madurez creativa a temprana edad. En La solterona hay un escritor con dominio de la técnica narrativa, de prosa fluida, alegre, cantarina, que le imprime al final de la historia narrada un remate lleno de sorpresas para el lector. Ese final donde Rosario Elena sale de la casa para ir a la iglesia después de visitar en el cementerio la tumba de sus padres, cuando recorre las calles para descubrir una ciudad renovada, con semáforos en las esquinas y con parejas besándose en la calle, resume la soledad de una mujer a quien la vida le negó la posibilidad de encontrar el amor y, desde luego, ser feliz.
JOSÉ MIGUEL ALZATE 

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