La noticia ya le dio la vuelta al mundo varias veces, además como suele pasar hoy, en minutos, en segundos: una llamarada que arde en pasto seco, crepitando en cada computador y en cada celular al mismo tiempo en todos los rincones de la Tierra. A veces son cosas graves o trascendentales, a veces son bobadas. Incluso hasta esa jerarquía se perdió ya y nadie distingue los alcances morales de un meme o una tragedia.
Pero en fin: esta noticia es del 23 de diciembre y la han contado todos. Y no es para menos: ese día, al mediodía, un hombre de 65 años y barba blanca (!) entró en una sucursal del banco Academy Bank en la ciudad de Colorado Springs, Estados Unidos, y lo robó. Parece que lo hizo con gran flema, además, advirtiéndoles a los funcionarios y a los clientes que llevaba un arma en el bolsillo y que ese era un asalto.
El agresor, de nombre David Wayne Oliver, aunque ahora ya sabemos que se trata de un seudónimo, o eso creemos muchos, cogió entonces una gran bolsa blanca que llevaba en la espalda y la fue llenando con los billetes que le entregaban sus víctimas. A todas les dio las gracias y sonrió, según cuenta un testigo. Y sin correr ni nada salió del banco, se paró en el andén y empezó a tirarles plata a los viandantes, al grito de “¡Feliz Navidad!”.
Los escépticos le han querido dar a esta noticia un tinte anecdótico y circunstancial; como si de verdad no hubiera pasado nada, como si fuera un episodio risible de la crónica policial. Por estos días, además, se sabe que los medios de comunicación se quedan sin tema y sin ganas, la consigna es publicar lo que haya. Salvo en Colombia, claro, donde temprano levantó la muerte el vuelo, temprano está rodando por el suelo. El horror.
Pero no nos engañan los escépticos ni los descreídos ni los cínicos, pues es evidente que ese hombre de 65 años y barba blanca y bolsa al hombro (a ver) era Papá Noel o Santa Claus o San Nicolás, o como lo quieran llamar: el viejo espíritu de la Navidad; el magnífico y risueño visitante del que tanto hablaba Dickens, y que en realidad es una suma de tradiciones paganas y cristianas encarnadas en esa figura bonachona y rubicunda.
Sí: es cierto que el pobre Papa Noel ha sido degradado y manoseado en exceso por el capitalismo, como todo, en especial lo noble, de ahí que no sea solo una coincidencia que sus apariciones más famosas en la cultura popular, ahora, sean justo como atracador de banco, bailarín de estriptis en las despedidas de soltero, o como resignado confesor de niños en los centros comerciales.
También hay quienes llevan muchos años, aquí en Colombia, por ejemplo, quejándose de la forma como una figura tan ajena a nuestra tradición, la del Papá Noel de vestido rojo y barriga liberal, ha ido desplazando cosas ‘más nuestras’ como el pesebre o el Niño Dios. Parecería como si esa fuera una intromisión anglosajona y nórdica, una farsa que asumieron como propia los pretenciosos que reniegan de su herencia latina.
Pero la verdad es que eso es la cultura cristiana también: el resultado mestizo de tradiciones y relatos judíos, griegos, romanos, celtas, germánicos, en fin. El propio Santa Claus, arraigado en el norte de Europa, tiene su origen en San Nicolás de Bari, un benefactor bizantino del siglo IV que ayudaba a los niños pobres y a los deudores morosos. Una vez salvó de la ruina a un padre que tenía que prostituir a sus hijas por dinero.
Fue la noche de Navidad, cuenta la leyenda, y allí empieza. Es el mismo David Wayne Oliver que ahora robó un banco en Colorado, tiró la plata al aire y luego se fue a un bar. Sí, Papá Noel.
La gente que pasaba devolvió el dinero, dicen los periódicos. Ya nadie cree en el espíritu de la Navidad.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN